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Autor Invitado

Colombiana, cálida, de aguas transparentes, de fondos marinos coloridos. Un paraíso tropical que tienta con los sabores caribeños, con la danza y la música, pero sobre todo con playas infinitas bordeadas de palmeras.

Por Graciela Cutuli

El archipiélago de San Andrés es una de las joyas del Caribe colombiano, aunque una mirada más atenta al mapa revela que está a 800 kilómetros de las costas continentales de Colombia y bastante cerca de Nicaragua. Desde Bogotá se llega en unas dos horas de vuelo, lo suficiente como para marcar cierta distancia con estas islas donde el crisol de razas incluye a los “raizales” -los descendientes de los pobladores originarios, con algo de indígena centroamericano y algo de africano- y a los “isleños”, oriundos de otras partes de Colombia pero establecidos aquí porque San Andrés lo tiene todo para ser una suerte de tierra prometida. Con facilidad, todos pasan del castellano al kriol y del kriol al inglés: no hay forma de no comunicarse con esta gente cálida y amable que tiene una cultura propia, tal como el Estado colombiano lo reconoció oficialmente al comenzar los años 90.

De Colón a los piratas

La historia de San Andrés parece digna de los piratas del Caribe. Colón puso pie en el archipiélago en 1492, en su viaje inaugural hacia lo que pensaba eran las Indias, y más tarde se asentaron aquí colonos ingleses llegados de otras islas caribeñas. Después fue el turno de los esclavos, y luego el del pirata Henry Morgan: fue así que, cuando en el siglo XVIII España recuperó San Andrés, la gente ya hablaba inglés y kriol, una lengua mestiza nacida de la necesidad y del crisol de razas, pero también ideal para comunicarse con otras pequeñas comunidades de pescadores del Caribe. Durante la vuelta a la isla -una excursión que se conoce como “city tour”- se advierte la presencia de numerosas iglesias -las hay bautistas, evangélicas, católicas- y dos atractivos naturales: el Hoyo Soplador, un chorro de agua que salta apenas las olas cubren un hueco formado entre las rocas, y la Piscina Natural West View, para lanzarse al mar y hacer snorkel apreciando la colorida fauna marina.

A la piscina natural West View, se puede acceder por medio de escaleras, un trampolín o un tobogán. (Foto: Pablo Hidalgo / 123RF).

Varios siglos más tarde, este territorio es un paraíso turístico donde se asientan hoteles all inclusive y la vida transcurre bajo el sol de un eterno verano. Con una ventaja extra: San Andrés rara vez sufre los huracanes que azotan la región varios meses al año. La isla principal, cuya forma recuerda a un hipocampo, tiene 27 kilómetros cuadrados donde disfrutar de la playa, los arrecifes de coral y los atardeceres regados con “coco loco” (vodka, tequila, ron blanco, jugo de limón y leche de coco) o una tradicional piña colada.

La mayor parte de las construcciones se encuentran en la parte norte de la isla, donde solo en el 30% del territorio está permitido.

San Andrés fue declarada Reserva de la Biosfera: recorriendo la ruta principal que bordea la costa se ve cómo se alternan las costas de roca coralina con las playas, de donde no se debe llevar ni arena ni caracoles para no contribuir a la erosión de un territorio frágil ya sometido a la intensa acción del mar. Antes de navegar hasta los cayos -pequeños islotes de aguas cristalinas- que rodean la isla principal, hay varios lugares para conocer: sobre todo la Cueva de Morgan, donde la leyenda asegura que aún está oculto el tesoro del pirata, y el Museo del Coco, para sorprenderse con todo lo que puede surgir de este fruto tropical, un ingrediente infaltable de la cocina caribeña. Ambos están en el mismo complejo, junto a una Galería de Arte Nativo y el Museo del Pirata, que evoca aquellos tiempos de conquistas y luchas más sangrientos que románticos.

Johnny Cay, Rose Cay y Haines Cay

Coco-loco
“Coco loco”, otra de las atracciones del archipiélago. (Foto: Craig Hastings / 123RF).

Las playas céntricas de San Andrés son muy bonitas, bordeadas de palmeras, arena fina y aguas soñadas. Pero es en los cayos donde se descubre por qué se dice que este archipiélago tiene el “mar de siete colores”. Generalmente los paseos abarcan tres de estos islotes en el día, especialmente Johnny Cay (Islote Sucre, su nombre oficial, es uno de los más grandes), Rose Cay (también conocido como El Acuario) y Haines Cay. También se puede elegir pasar el día solo en uno de ellos, generalmente Johnny Cay, porque es el que cuenta con más servicios. Allí mismo iguanas y colibríes abundan más que la gente, porque este cayo también es una reserva natural. Rose Cay es más pequeño y es el favorito para hacer snorkel entre los arrecifes coralinos, para luego pasar -¡a pie por el mar!- hacia el mínimo Haines Cay, donde solo hay palmeras y un puñado de visitantes que toman tragos en un pequeño bar de estilo jamaiquino.

(Foto: Karol Kozlowski/ 123RF).

Una ciudad entre incaica y colonial, junto a una ciudadela de piedra entre los escarpados picos de los Andes: el viaje ideal para remontar los siglos en Perú.

Por Graciela Cutuli

Decir Perú es decir Machu Picchu, su postal más conocida en el mundo. Sin embargo, la ciudad de piedra que levantaron los incas en torno al siglo XV mantiene intactos sus misterios: ¿fue realmente una fortaleza militar anidada entre las altas cumbres de los Andes, a 2450 msnm? ¿Fue tal vez un centro ceremonial dedicada al culto que regía la vida de los antiguos pobladores? La duda sobre estas respuestas dura desde hace más de un siglo, desde que en 1911 el explorador norteamericano Hiram Bingham “redescubrió” este extraordinario conjunto arquitectónico, obra maestra de la ingeniería incaica, y comenzó un lento trabajo de restauración que puso a Machu Picchu en el mapa turístico del mundo. 

El viaje a Machu Picchu nunca viene solo: comienza en Cusco, el antiguo corazón de imperio que los incas conocían como Tahuantinsuyo, y abarca también el Valle Sagrado, una sucesión de pueblos que permiten acercarse a las más auténticas tradiciones de la cultura local. 

Cusco, de la Plaza de Armas a los templos

La llaman la “Roma de América” y era el “ombligo” del imperio de los incas: más allá de sus blasones, para el viajero moderno el primer impacto es la altura, porque se levanta a casi 3400 msnm. Nada que no pueda solucionarse con un mate de coca y unas horas para aclimatarse antes de empezar a recorrer la región. El segundo impacto es la imponente belleza de la Plaza de Armas, flanqueada por la catedral y el templo de la Compañía de Jesús: además de su magnificencia arquitectónica, que aprovecha los cimientos de los edificios incas, esta explanada es el centro de la vida cívica y escenario de parte del Inti Raymi, la fiesta del sol que se celebra el 24 de junio.

En la imponente Plaza de Armas se encuentran además, la catedral y el templo de la Compañía de Jesús. (Foto: Mark Green / 123RF).

Desde las alturas de la fortaleza de Sacsayhuamán, en las afueras de la ciudad, se la aprecia perfectamente, rodeada por un mar de calles y pasajes para explorar y adentrarse en la auténtica vida local. Entre todo el conjunto se destaca sin duda el templo que concentraba el culto al sol, el Qoricancha, transformado en el monasterio de Santo Domingo por los conquistadores españoles. Si queda alguna duda de la riqueza de la Cusco incaica, vale recordar que se dice que este templo estaba recubierto de láminas de oro. Para visitarlo conviene comprar el boleto turístico unificado que permite acceder a 16 sitios en 16 días: entre ellos Sacsayhuamán, Qoricancha, varios museos y sitios del Valle Sagrado. Si bien se pueden tomar excursiones hacia pueblos como Ollantaytambo, Urubamba y Pisac (famoso por su mercado), entre los más conocidos y abiertos a los visitantes, también se puede llegar desde Cusco tomando los minibuses que tienen punto de partida en la calle Puputi. 

El convento de Santo Domingo fue levantado sobre los cimientos del templo inca de Coricancha. (Foto: Aleksandra Kossowska / 123RF).

Machu Picchu

La ciudadela es accesible desde Cusco o bien desde la estación de tren Ollantaytambo (la opción más esforzada es a pie, recorriendo en cuatro días el Camino del Inca). El viaje en tren desde Ollantaytambo se realiza en vagones panorámicos que permiten perder la vista sobre el cauce del río Urubamba y llegar hasta el pueblito de Aguas Calientes, al pie de Machu Picchu. El último tramo se hace en bus por la famosa ruta Hiram Bingham, que caracolea sobre el flanco de la montaña. En la entrada del complejo se pueden contratar guías oficiales que resaltan el encanto de la visita: así, ya  en la ciudadela, se podrá disponer de todo el día para recorrer el conjunto de casas, espacios ceremoniales, terrazas de cultivo,  calles de piedra y construcciones hechas en roca increíblemente ensambladas. Y todo apreciando las vistas sobre el imponente Huayna Picchu, el famoso pico que sirve de telón de fondo y cuyo ascenso es un desafío reservado únicamente para piernas bien entrenadas. 

Atardecer en el mar de Ansenusa, Córdoba, Argentina

Ubicada sobre la costa sur de la laguna Mar Chiquita, este destino cordobés es un plan ideal para veranear. Su propuesta incluye excursiones, visitas a museos y una excelente gastronomía.

Por Evelina Quinteros

Si bien Córdoba no tiene salida al océano, en Miramar de Ansenuza, un mar de agua salada, es la estrella de cada verano. Sombrillas de colores, bañistas, tomadores de sol y juegos playeros ocupan la costa de la Mar Chiquita, Primera Maravilla Natural de la Provincia. Se trata en realidad de una laguna, la más grande de Sudamérica y la quinta del mundo, una cuenca cerrada cuyo nivel crece con el aporte de las lluvias y de los ríos Suquía, Xanaes y Dulce y solo baja por la evaporación.

Los atardeceres y el famoso tanque, clásica postal de Miramar de Ansenuza. (Foto: Mario Rodriguez).

Área protegida

El futuro Parque Nacional de Ansenuza es un proyecto que busca proteger el humedal Laguna Mar Chiquita y Bañados del río Dulce. Mediante la creación de un área protegida nacional se cuidará el espejo de agua salina, los cauces de los ríos y lagunas, las playas barrosas, los bosques chaqueños y los pastizales y sabanas inundables como así también la importante fauna silvestre.

En antiguas fotografías se pueden ver a familias enteras disfrutar de las propiedades curativas del fango. Hoy, la fangoterapia es una actividad que atrae a visitantes de todo el país. Otros eligen la Laguna para refrescarse, hacer kayak o windsurf y disfrutar de un paseo en lancha o barco hacia la desembocadura del río Xanaes. ¿Qué se puede ver? más de 300 especies de aves acuáticas que conviven en el lugar entre las que se destaca el flamenco austral, protagonista de muchas de las postales que ilustran la zona.

En la Laguna Mar Chiquita se encuentran poblaciones muy grandes de flamencos, otro gran atractivo del lugar. (Foto: Walter CheToba).

Con guía de turismo a bordo, este circuito es un imán para los que buscan un mayor contacto con la naturaleza y para los fanáticos de la fotografía que, con lentes de todo calibre, intentan capturar el vuelo y el andar sigiloso de la rica avifauna del lugar.

Un paseo muy especial es la visita a la isla El Mistolar, llamada así por estar rodeada de mistoles, se trata de una antigua estancia que sufrió las inundaciones durante los ´70. Se conservan algunos restos del casco y en el monte nativo que resurgió, habitan pecaríes, corzuelas, ñandúes, zorros y quirquinchos. Llegar lleva aproximadamente una hora y media de navegación.

Las aves convocan a ecoturistas y fotógrafos de todo el mundo. (Foto: Walter CheToba).

Opciones culturales

Después de pasar el día al sol o chapoteando en el agua, una buena alternativa es ir a visitar los museos y espacios históricos que le dan identidad a la localidad.

En el museo de Ciencias Naturales Aníbal Montes, se puede conocer más sobre la fauna y flora autóctona y el nacimiento de la laguna. El Museo Fotográfico Dante Marchetti es la oportunidad para retroceder entre imágenes en blanco y negro a los orígenes del pueblo. Finalmente, el Museo Hotel Viena, es un sitio repleto de mitos y leyendas sobre un supuesto pasado relacionado con el nazismo.

Gran Hotel Viena, las ruinas del antiguo cinco estrellas, hoy museo, y sus misterios, el nazismo y la actividad paranormal. (Foto: Walter CheToba).

Para chuparse los dedos

Para cerrar cualquier jornada en Miramar, la carne de nutria es un clásico de la zona que hay que probar. En escabeche, al horno o asada encabeza las cartas de los principales restaurantes de la ciudad. ¿Otras opciones? El pejerrey frito, es uno de los platos más pedidos, la gran salinidad de la laguna le da un sabor especial a su carne. Las pastas, bien caseras y abundantes, completan el podio gastronómico.

Palacio de Westminster en Londres

Palacios y jardines, príncipes y princesas, pero también rock, punk y arte rebelde. Todo en la misma ciudad, Londres, la gran capital a orillas del Támesis.

Por Graciela Cutuli

Londres se consagró como urbe global antes incluso de que existiera el concepto: a la cabeza del tentacular Imperio Británico, recibió durante siglos influencias, culturas, sabores y aromas llegados de los más alejados rincones del mundo. Y supo transformarlos en la riqueza de una capital que está siempre a la vanguardia. Esa mezcla de apego a las tradiciones, encarnadas especialmente en la monarquía, con la vanguardia que supo tener su apogeo en el Swinging London de los 60, conforma gran parte de su encanto. 

Para el viajero lo tiene todo: gastronomía cosmopolita, museos que se cuentan entre los más importantes del mundo, palacios y monumentos. Por ahí andan aún la sombra de Shakespeare y de Dickens, de Sherlock Holmes y de Harry Potter: y la belleza se muestra por doquier y no solamente -como dice un viejo proverbio inglés- en los ojos de quien mira.

Londres patrimonial

El GPS del viajero indica que hay que empezar por el barrio de Westminster, en la orilla norte del Támesis: allí se encuentran el Palacio de Westminster (The Houses of Parliament) con su archifamoso Big Ben, la Catedral y la Abadía de Westminster, donde están las tumbas de los reyes y otras personalidades británicas, entre ellos los grandes poetas del Reino Unido. Todo el conjunto forma parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Y por si fuera poco aquí el Real Observatorio marca el meridiano de Greenwich, que indica la “hora de Greenwich” a partir de la cual se ordenan históricamente los restantes husos horarios del mundo. 

Tower Bridge, el antiguo puente levadizo aún permanece en funcionamiento. (Foto: Sborisov / 123RF).

Desde allí -tal vez el más auténtico corazón de Londres- se puede llegar fácilmente a pie a otros lugares emblemáticos: tomando por Parliament St. se desemboca en Trafalgar Square, con la famosa estatua del Almirante Nelson, y la National Gallery (a la vuelta está también la imperdible Portrait Gallery). De yapa se habrá estado a unos metros solamente de Downing St. y su prestigioso número 10, la dirección del primer ministro británico. Si se toma en cambio Victoria St. desde el Big Ben, se pasará frente a la Abadía de Westminster y, tras seguir en la misma dirección pero con un pequeño desvío al norte, se llegará frente al Palacio de Buckingham, con su célebre cambio de guardia. 

La Guardia de la Reina, soldados responsables de la seguridad en el Palacio de Buckingham. (Foto: Tupungato / 123RF).

A esta altura, aunque uno crea haber visto mucho recién empieza: y si bien los tiempos generalmente tiranos obligan a elegir, sí o sí hay que conocer la Torre de Londres (allí están los famosos cuervos, lo menos famosos beefeaters y las deslumbrantes joyas de la corona), el Museo Británico con su monumental colección de obras de arte y arquitectura “importadas” de medio mundo (desde momias egipcias hasta los disputados frisos del Partenón, además de la Piedra de Rosetta entre otras joyas de la humanidad); el London Bridge que atraviesa el Támesis; el London Eye, la rueda gigante con la que Londres recibió al año 2000; la Biblioteca Británica (con manuscritos desde Leonardo da Vinci a Jane Austen y los Beatles) y los teatros del West End. Entre un lugar y otro siempre se puede descansar en los magníficos parques y jardines, como Hyde Park o Kensington Gardens, donde brilla el más auténtico césped inglés.

Muy probablemente cada uno elija también su propio recorrido temático (o de shopping, en tentadoras avenidas como Oxford, Regent’s o Carnaby Street). En Londres hay visitas guiadas a pie -algunas con opción a la gorra, como es cada vez más frecuente en muchas ciudades- que recorren los lugares de interés según la perspectiva del rock, los Beatles, los grandes escritores, los crímenes de Jack el Destripador o Sherlock Holmes (el detective que además tiene su propio museo en la mítica dirección 221B Baker Street, casi enfrente del Museo de Cera de Mme. Tussaud, el paraíso de las selfies con celebridades de todo tipo). Si el viajero es fanático de Harry Potter, no dejará de ir a la estación de King’s Cross, para ver el andén 9 ¾ y el carrito incrustado en la pared que permite pasar al mundo mágico, y si es un amante de los Beatles no podrá dejar de rendir homenaje a los “fab four” en el “paso de cebra” de Abbey Road. Así es Londres: uno más de los “ombligos del mundo” y una fastuosa capital cultural en pleno siglo XXI.

El andén 9 ¾ en la estación de King’s Cross, para los fanáticos de Harry Potter. (Foto: Massimo Parisi / 123RF).
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