Colombiana, cálida, de aguas transparentes, de fondos marinos coloridos. Un paraíso tropical que tienta con los sabores caribeños, con la danza y la música, pero sobre todo con playas infinitas bordeadas de palmeras.
Por Graciela Cutuli
El archipiélago de San Andrés es una de las joyas del Caribe colombiano, aunque una mirada más atenta al mapa revela que está a 800 kilómetros de las costas continentales de Colombia y bastante cerca de Nicaragua. Desde Bogotá se llega en unas dos horas de vuelo, lo suficiente como para marcar cierta distancia con estas islas donde el crisol de razas incluye a los “raizales” -los descendientes de los pobladores originarios, con algo de indígena centroamericano y algo de africano- y a los “isleños”, oriundos de otras partes de Colombia pero establecidos aquí porque San Andrés lo tiene todo para ser una suerte de tierra prometida. Con facilidad, todos pasan del castellano al kriol y del kriol al inglés: no hay forma de no comunicarse con esta gente cálida y amable que tiene una cultura propia, tal como el Estado colombiano lo reconoció oficialmente al comenzar los años 90.
Dos horas de vuelo separan a Bogotá del archipiélago de San Andrés. (Foto: Diego Cardini / 123RF). Se dice que el archipiélago de San Andrés tiene el “mar de siete colores”. (Foto: Diego Cardini / 123RF). En la excursión “city tour” se observan iglesias bautistas, evangélicas y católicas. (Foto: Jesse Kraft / 123RF). La mayor parte de las construcciones se encuentran en la parte norte de la isla. (Foto: Pablo Hidalgo / 123RF). En Johnny Cay abundan las iguanas y colibríes ya que este cayo es una reserva natural. (Foto: Pablo Hidalgo / 123RF). Johnny Cay, Islote Sucre su nombre oficial, es el cayo que cuenta con más servicios. (Foto: Pablo Hidalgo / 123RF).
De Colón a los piratas
La historia de San Andrés parece digna de los piratas del Caribe. Colón puso pie en el archipiélago en 1492, en su viaje inaugural hacia lo que pensaba eran las Indias, y más tarde se asentaron aquí colonos ingleses llegados de otras islas caribeñas. Después fue el turno de los esclavos, y luego el del pirata Henry Morgan: fue así que, cuando en el siglo XVIII España recuperó San Andrés, la gente ya hablaba inglés y kriol, una lengua mestiza nacida de la necesidad y del crisol de razas, pero también ideal para comunicarse con otras pequeñas comunidades de pescadores del Caribe. Durante la vuelta a la isla -una excursión que se conoce como “city tour”- se advierte la presencia de numerosas iglesias -las hay bautistas, evangélicas, católicas- y dos atractivos naturales: el Hoyo Soplador, un chorro de agua que salta apenas las olas cubren un hueco formado entre las rocas, y la Piscina Natural West View, para lanzarse al mar y hacer snorkel apreciando la colorida fauna marina.

Varios siglos más tarde, este territorio es un paraíso turístico donde se asientan hoteles all inclusive y la vida transcurre bajo el sol de un eterno verano. Con una ventaja extra: San Andrés rara vez sufre los huracanes que azotan la región varios meses al año. La isla principal, cuya forma recuerda a un hipocampo, tiene 27 kilómetros cuadrados donde disfrutar de la playa, los arrecifes de coral y los atardeceres regados con “coco loco” (vodka, tequila, ron blanco, jugo de limón y leche de coco) o una tradicional piña colada.
La mayor parte de las construcciones se encuentran en la parte norte de la isla, donde solo en el 30% del territorio está permitido.
San Andrés fue declarada Reserva de la Biosfera: recorriendo la ruta principal que bordea la costa se ve cómo se alternan las costas de roca coralina con las playas, de donde no se debe llevar ni arena ni caracoles para no contribuir a la erosión de un territorio frágil ya sometido a la intensa acción del mar. Antes de navegar hasta los cayos -pequeños islotes de aguas cristalinas- que rodean la isla principal, hay varios lugares para conocer: sobre todo la Cueva de Morgan, donde la leyenda asegura que aún está oculto el tesoro del pirata, y el Museo del Coco, para sorprenderse con todo lo que puede surgir de este fruto tropical, un ingrediente infaltable de la cocina caribeña. Ambos están en el mismo complejo, junto a una Galería de Arte Nativo y el Museo del Pirata, que evoca aquellos tiempos de conquistas y luchas más sangrientos que románticos.
Johnny Cay, Rose Cay y Haines Cay

Las playas céntricas de San Andrés son muy bonitas, bordeadas de palmeras, arena fina y aguas soñadas. Pero es en los cayos donde se descubre por qué se dice que este archipiélago tiene el “mar de siete colores”. Generalmente los paseos abarcan tres de estos islotes en el día, especialmente Johnny Cay (Islote Sucre, su nombre oficial, es uno de los más grandes), Rose Cay (también conocido como El Acuario) y Haines Cay. También se puede elegir pasar el día solo en uno de ellos, generalmente Johnny Cay, porque es el que cuenta con más servicios. Allí mismo iguanas y colibríes abundan más que la gente, porque este cayo también es una reserva natural. Rose Cay es más pequeño y es el favorito para hacer snorkel entre los arrecifes coralinos, para luego pasar -¡a pie por el mar!- hacia el mínimo Haines Cay, donde solo hay palmeras y un puñado de visitantes que toman tragos en un pequeño bar de estilo jamaiquino.