A dos horas de Tokio, tenía que ser en Japón, en Chichibu, existe un museo llamado Chinsekikan, que significa salón de rocas curiosas. Allí se exhiben unas 1700 piedras de las cuales, 900 tienen la particularidad de parecerse a rostros humanos. Coleccionar estas rocas, erosionadas naturalmente, eran el hobby de Shozo Hayama, quien las recolectó hasta sus 90 años e inició el museo. Luego de fallecer en 2010, el pasatiempo y la galeria continua con su hija Yoshiko Hayama, quien también suma a la colección las piedras que encuentra en un río cercano y recibe, además, las que le envían personas de todo el mundo. Hoy, el curioso museo es visitado por una gran cantidad de visitantes internacionales.

Según Hayama, para que una roca se clasifique como “jinmenseki”, término nipón para referirse a la “roca con cara humana”, debe tener ojos y boca y, si también tiene una nariz, mucho mejor, claro está que otra condición es que no hayan sido alteradas artificialmente. Las piedras, por sus características faciales y un poco de imaginación, se parecen a celebridades, figuras religiosas o personajes de película.

Hay una explicación científica de por qué tenemos una tendencia a ver caras, animales o imágenes que nos resulten familiares en cosas que no lo son: se llama pareidolia. ¿Quién no vio en las nubes, en las piedras o en una mancha en la pared, un rostro humano? Se trata del esfuerzo del cerebro por clasificar la información que recibe a través de los sentidos y tiende a encontrar formas conocidas incluso donde no las hay. Hace miles de años, para nuestros ancestros, reconocer con rapidez el rostro de un animal salvaje podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso, basta con unos pocos datos, líneas, puntos, luces o sombras, incluso algún sonido, combinado de alguna manera, para que el cerebro lo traduzca como algo conocido. Para los especialistas se trata de un rasgo evolutivo.

Fotos: www.another-tokyo.com
Fuente: www.periodismo.com