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Mario Rodriguez

Para visitar el Parque Nacional Talampaya y muchos atractivos más del oeste riojano, nada mejor que arrancar en Villa Unión.

La Cuesta de Miranda en La Rioja, es un sinuoso tramo de la Ruta 40 por donde ingresamos al departamento Felipe Varela. Con abruptas quebradas de paredes rojizas y río en el fondo, es tan solo, una muestra gratis de lo que veremos.

“Rociarlo con agua y barrerlo todos los días”, nos dice Carlos Francés -presidente de la Cámara de Turismo de Valle del Bermejo- respecto al mantenimiento del piso de tierra colorada de su Parador Ruta 40, en la entrada de Villa Unión. En la mesa, la porción de chivito desborda el plato y se descorcha vino, riojano, obvio. El dulce de alcayota con quesillo y nuez, para el postre.

Cañones y pinturas rupestres

Desde Villa Unión, en vehículos 4×4, atravesamos la localidad de Banda Florida, el cauce casi seco del Bermejo y el cementerio para llegar al portón de ingreso del Cañón del Triásico. El recorrido de 25 kilómetros transcurre mayormente por el lecho pedregoso de ríos secos. El paisaje, con inmensos paredones rojizos y vegetación achaparrada, por momentos se cierra en angostos pasajes. Fabián, de Runacay Turismo, nos señala a un chinchillón en una saliente rocosa. Durante la caminata en una de las siete paradas previstas, encontramos la Cancha de Bochas, una zona sembrada de pelotas de piedra pulida. Durante las rondas de mate, Fabián aprovecha para ilustrarnos con las propiedades medicinales de las pocas plantas de la zona. Antes de ordenar el retorno, relata la leyenda del viento zonda.

Por la tarde, a diez kilómetros de la ciudad, llegamos al Cañón de Anchumbil. Después de un breve trekking por el cauce de un río seco, accedemos a un corredor de altas paredes laterales, con angostos pasadizos, cuevas y laberintos que nos conducen hasta una especie de alero, que pareciera proteger las pinturas rupestres de los aborígenes que habitaron la zona.

Un viaje al pasado

Visitar el Parque Nacional Talampaya -Patrimonio de la Humanidad- es un viaje a la prehistoria, cuando reinaban los dinosaurios. Es sin dudas el atractivo más convocante de la provincia, más de 50 mil visitantes al año pueden dar fe.

En un camión 4×4 recorrimos el Cañón de Talampaya y el Cajón de Shimpa. El vehículo cuenta con asientos en su techo, con acceso en algunos sectores para sentir el aire en la cara y fotear a gusto. La excursión dura cuatro horas y se divide en cinco paradas. Además de espectaculares vistas de todo el patrimonio arqueológico, durante el recorrido puede verse parte de la fauna local como guanacos, vicuñas, maras, zorros y cóndores, entre otros. 

En la primera parada vimos Los Petroglifos, los diseños grabados en la roca de la vida cotidiana de los primitivos habitantes de la zona. En la segunda, el Jardín Botánico, un bosquecito de flora autóctona entre farallones colorados de casi 150 metros de altura. Un sendero nos guía hacia La Chimenea, una hendidura cilíndrica tallada por el agua en donde, a la cuenta de tres, el “hola” de los visitantes se reproduce en incontables ecos. Antes de reiniciar la marcha, nos espera un abundante catering que incluye productos regionales.

En la tercera parada, se necesita hacer un paneo visual para abarcar la inmensidad de La Catedral, gótica, sin dudas. Entre otras caprichosas formas, también se distinguen la cabeza de un cóndor y un rey mago sentado en su camello. El Monje, El Tótem, La Torre, geoformas de más de 40 metros de altura, son los protagonistas de la cuarta parada. El Cajón de Shimpa, última parada, es un angosto cañón de los seis kilómetros de largo que no supera los siete metros de ancho, entre paredones de 80 metros.

La Quebrada de Don Eduardo, Ciudad Perdida, Cañón de Arcoiris son otros circuitos que pueden recorrerse a pie o en bici. El Cañón de Talampaya también tiene un recorrido nocturno.

Antes de iniciar el regreso, visitamos el Sendero del Triásico, un paseo didáctico –incluido con la entrada al parque y el único que se puede hacer sin guía- en donde se observan réplicas de varias especies de dinosaurios en tamaño real.

Las teleras y el tejedor  

A poco más de 40 kilómetros de Villa Unión, en Guandacol, nos reciben las “teleras”, una cooperativa de mujeres que rescatan el arte del tejido en el telar criollo. “Acá son dos besos” reclama con una sonrisa Estela como bienvenida. En el patio exhiben sus habilidades en la utilización del huso, la rueca y el telar para producir ponchos, mantas, caminos de mesa, etc.

Muy cerca, en la localidad de Santa Clara, en la Casona de los Fajardo, Nicolás Fajardo, profesor de arte y propietario del lugar, enseña las antiguas técnicas para tejer:

 “Un poncho puede llevar unos ocho meses de trabajo, a razón de tres horas diarias, por eso son tan caros” comenta, mientras ofrece una muestra en vivo de su trabajo en uno de sus telares.

Al atardecer llegamos al Vallecito Encantado. Se trata de una depresión del paleozoico, en donde la erosión del agua y el viento han esculpido extrañas geoformas tan rojizas como los cerros que rodean el lugar. La copa del mundo y el sombrero mexicano, son algunos de los nombres de estas particulares formaciones. La hora del día ayudó a que sus sombras proyectadas brindaran un panorama casi mágico.   

En el Vallecito Encantado, La Copa del Mundo, es una de las geoformas esculpidas por la naturaleza. (FOTO: MARIO RODRIGUEZ).

Y mucho más

Esa noche, de regreso a Villa Unión, durante la cena, los lugares visitados se sometieron a votación. No se revelará el resultado, solo aseguramos que La Rioja, no es solo el Talampaya.

Harbour Island, es una pequeña isla del archipiélago de las Bahamas en donde se encuentran las famosas playas de arena rosa, pero, no son el único motivo para visitarla.

Dos horas y media de navegación lleva cubrir la distancia entre el puerto de Nassau y Harbour Island, casi un desprendimiento al noreste de la isla Eleuthera. El trayecto, ofrece el poder hipnótico del indescifrable color del agua. A los azules y turquesas hay que sumarle las estelas de espuma blanca que dejan las distintas embarcaciones, desde botes pesqueros hasta impactantes yates, dignos de un video de reggaetón

La pequeña isla Briland, como llaman sus habitantes a Harbour, tiene un poco más de cinco kilómetros de largo por dos y pico de ancho y los recorremos a bordo de carritos de golf. Con 2000 habitantes, Dunmore Town -única población-, es un pintoresco pueblo con arquitectura estilo inglés, de casas bajas con paredes de colores pasteles y cercas de madera blancas, los colores vivos, los aportan las flores que adornan todos sus jardines.

Los colores enamoran a los turistas. (Foto: Mario Rodriguez).

Hacia el sur de la isla llegamos a la “mansión embrujada”, entre las muchas historias que relatan y “reversionan” los lugareños, en general coinciden en que se trató de una pareja muy adinerada la que construyó la casa en los años ´40. Pero, apenas casados y mudados al lugar, desaparecieron –por causas desconocidas, claro- dejando la mesa puesta para la cena, la comida en la cocina y toda la ropa y regalos de su boda. Con los años, dicen que mientras los niños que jugaban en los jardines abandonados, vieron a dos figuras con ropas blancas flotar sobre la casa. Lo cierto es que hoy, embrujada o no, saqueada e incendiada, y con algún huracán encima, es un intrigante lugar para visitar.

El recorrido continúa por la isla en busca de The Lone Tree -Árbol Solitario-, supuestamente arrastrado durante el huracán Andrew en 1992, hoy está encallado, curiosamente en posición vertical, en una interminable playa de aguas bajas. Cómo llegó a su ubicación actual también es una incógnita. Algunos dicen que fue arrastrado desde otra isla y otros opinan que se deslizó desde una colina cercana. Como sea, esta escultura natural, se ha convertido en uno de los hitos más emblemáticos de la isla. El árbol es utilizado de fondo para sesiones de fotos y cosecha “likes” en las redes sociales de personas de todo el mundo.

Lo que hace que la arena sea rosa

Después del almuerzo, en base al ingrediente típico de la zona, el queen conch -caracol de Bahamas- en sus múltiples preparaciones, ensaladas, sopas y albóndigas, vamos en busca de las famosas Pink Sands Beach.

Dejamos los carros de golf y caminamos por senderos de arena/harina rodeados de abundante vegetación baja y palmeras, lo que nos hizo ir descubriendo la playa de a poco. Con casi cinco kilómetros de arena rosa pálido -amigos retocadores de fotos, no hace falta abusar del photoshop– y bellísimas “sin maquillaje”, las aguas turquesas y la espuma, aportan lo suyo.

¿Por qué rosa? Una de las razones científicas explica que se debe a la presencia de foraminifera, un organismo microscópico con cáscara rosada o roja que, mezclados con los restos de corales y otros elementos, tiñen de ese color las playas.

Clasificada como la número uno en la lista “The Telegraph” de “Las diez mejores playas del mundo para viajes de lujo”, y nombrada entre las “Mejores Playas del Mundo” por Travel + Leisure. Esta mimada por los rankings, merece la visita.

El litoral chileno, bañado por océano Pacífico, ofrece playas espectaculares de norte a sur. Te mostramos algunas.

Playa Anakena

Anakena es la principal playa de la Isla de Pascua, ubicada a 18 kilómetros de Hanga Roa, capital y único centro urbano de la isla. Tiene todo lo que tiene que tener una playa paradisíaca, arena blanca y fina, aguas tranquilas color turquesa y, por supuesto palmeras cocoteras (traidas de Tahití para más datos).

Cuna de la historia y la cultura de Rapa Nui –nombre nativo de la Isla. A unos 150 metros hacia el interior se encuentra el Ahu Nau Nau, la plataforma ceremonial con una serie de siete moáis, uno de los conjuntos mejor conservados de la isla.

Eclipsado por el Nau Nau, muy cerca se encuentra el Ahu Ature Huki compuesto por un moai que tiene la particularidad de ser la primera estatua restaurada y puesta en pie en 1955.

Anakena en la Isla de Pascuas. (Foto: Alberto Loyo/123RF).

Reñaca

Ubicada al norte de Viña del Mar, la playa de Reñaca es una de las más concurridas del litoral chileno. Además de la amplitud del balneario y la posibilidad de practicar deportes acuáticos como surf y el bodyboard, el barrio que rodea la playa con sus edificios escalonados en las laderas de los cerros, es uno de los más exclusivos dentro del Área Metropolitana de Valparaíso, con gran cantidad de pubs, restaurantes y noches agitadas.

Cavancha

Playa Cavancha se encuentra en pleno centro de Iquique, en la Región de Tarapacá, al norte del país. Al estar protegida del viento, ofrece unas aguas tranquilas ideales para bañarse durante todo el año. En el extremo norte las olas son más grandes lo que permite la práctica de deportes náuticos como el surf, windsurfbodyboard y esquí acuático, entre otros.

Fuera del agua, en medio de una moderna arquitectura residencial, la avenida que recorre la costa está repleta de locales comerciales, bares, restaurantes y alojamiento para todos los gustos y bolsillos. Además, por ser zona franca, es un lugar ideal para hacer compras. 

Cavancha, una de las populares del norte. (Foto: Alberto Loyo/123RF).

Isla Damas

Con una superficie de solo 60 hectáreas, Isla Damas es una de las tres islas que forman parte de la reserva nacional Pingüino de Humboldt en la región de Coquimbo. Debe su nombre a una curiosa formación rocosa que se asemeja al perfil de una mujer, visible desde el muelle de Punta de Choros.

Por estar regulado por la CONAF (Corporación Nacional Forestal) está prohibido bañarse -pero sí, mojarse los pies- y acampar en la isla con el fin de preservar su fauna y flora.

Existen un camino que rodea la isla y otro camino más corto que lleva a un mirador, de unos 1800 metros dividido en estaciones con información sobre la flora y fauna en español y en inglés.

Su nombre se debe a una curiosa formación rocosa que se asemeja al perfil de una mujer . (Foto: Jesse Kraft/123RF).

Bahía Inglesa

Ubicada en la costa del Desierto de Atacama, Bahía Inglesa, con sus arenas blancas, sus aguas turquesas y la infraestructura necesaria, es uno de los balnearios más concurridos en el norte de Chile. La playa La Piscina, una de las más elegidas, es una caleta protegida por formaciones rocosas que encierran aguas transparentes y calmas. Del lado sur, la costa es más ventosa por lo que sus playas, Las Machas y Bahía Cisne, son muy populares entre los amantes de los deportes acuáticos.

En la costa del Desierto de Atacama se encuentra esta bella playa. (Foto: Erlantz Perez Rodriguez/123RF).
Mina Clavero Córdoba, Argentina

Desde Mina Clavero, hicimos un par de salidas, a las montañas y a un balneario en Nono. El resto del tiempo, descanso, mates, atardeceres y de noche, centro.

Viajar por Córdoba desde la capital provincial y atravesar las altas cumbres puede llevar un par de horas o muchas más, el paisaje merece hacer muchas paradas para disfrutarlo. Una vez en Mina Clavero nos alojamos en un complejo de cabañas en una zona muy tranquila al oeste de la ciudad -calle Merlo, al fondo-. En la zona, el curso del río Los Sauces –fruto de la unión de El Panaholma y el Mina Clavero-  ofrece anchísimas playas con muy poca concurrencia de gente. Para los caminantes, sobre la costa hay un sendero en donde se pueden recorrer algunos kilómetros. Imperdible: los atardeceres ofrecen momento de relajación y tranquilidad absoluta, solo interrumpida por el chopotear de los caballos de alquiler al cruzar el río o, el lejano muuuuuu de una vaca.

Volcanes, túneles y diente libre

Desde Mina Clavero hasta los Túneles de Taninga hay 83 kilómetros de ruta asfaltada. Son 50 kilómetros por la RP15 hasta Taninga, allí hay que desviar a la izquierda y tomar la RP28. El oeste cordobés es una zona poco recorrida pero, incluso durante el trayecto, los conos de los volcanes inactivos que sobresalen de la pampa, las típicas palmeras caranday y los jotes y cóndores que planean en el cielo, son un atractivo en si mismo.

El camino a Los Túneles permite una vista panorámica del valle de traslasierra y los llanos riojanos. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Construidos en 1930 en las Sierras de Pocho, los cinco túneles se ubican en un tramo de la vieja ruta 28, paralela a la profunda Quebrada de la Mermela. Al valor histórico, de la monumental obra de ingeniería vial, se le suma el turístico, con interminables vistas del valle de Traslasierra y los llanos riojanos. El asfalto llega hasta el final del primer túnel, luego, el camino de tierra no ofrece dificultad y vale la pena recorrerlo y disfrutar el paisaje desde los miradores.

Es muy importante calcular los horarios. Después de recorrer los puentes, dedicar unos minutos de contemplación al entorno infinito y fotear de lo lindo, hay que estar libre al mediodía, desandar los 11 kilómetros por la RP28 hasta la Comuna de Las Palmas, y almorzar en el comedor Las Águilas. El diente libre de cabrito, ensalada y papas fritas -por $600- vale la pena y es un excelente cierre del paseo.

Los Túneles, construidos en 1930 para conectar Córdoba y La Rioja, son una monumental obra de la ingeniería vial. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

La noche de traslasierra

Mina Clavero tiene gran cantidad de alternativas para pasarla bien, casino, teatro, museos, espectáculos callejeros, artesanías y un largo etcétera. Frente a la plaza San Martín, gran cantidad de gente se concentra alrededor del payaso que ofrece un divertido espectáculo a la gorra. Detrás de esa muchedumbre, está La Mamita, el restaurante que recomendamos para llenarse bien sin gastar de más –y no tenemos auspicio-.

Para la otra opción nocturna hay que cruzar el puente. Cura Brochero es un imán para los turistas, no solo los interesados en el santo cura, en su plaza, rodeada de bares y restaurantes –muy bien el restaurante Mi Familia, que tampoco auspicia-, los puestos de artesanos y los espectáculos musicales con pista de baile incluida. Si la noche se hace larga y estás cansado/a, te alquilan sillas por $20.

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Vamos al agua

A cinco kilómetros del centro Nono -que se encuentra a nueve de Mina Clavero- por un más que aceptable camino de tierra, llegamos al balneario Paso de las Tropas. El vado que cruza el río Chico, forma una cascada que ofrece gratuitamente masajes para aliviar tensiones. Del otro lado, el cauce del río, en su empeño por atravesar las tortuosas formaciones rocosas, crean playitas, ollas y más cascadas. También, las grandes moles de piedra forman angostos pasillos que sirven –no sin riesgo- para las acrobacias. Si bien el lugar concentra gran cantidad de gente, el ambiente es tranquilo. Estacionar el auto todo el día, en alguna de las playas/paradores sale unos $250.

Visitamos junto a Walter Chetoba uno de los humedales de agua dulce más importantes del mundo, un mundo semisumergido donde es difícil distinguir entre lo que flota y lo que no.

Es de noche cuando entramos a Colonia Carlos Pellegrini. No fue un ingreso silencioso, el viejo puente madera ofrece un resonante “clap, clap, clap” en todo su recorrido que delata a todo el que entra o sale.

En Ñandé Retá Lodge nos reciben con café recién hecho y alfajores de maicena. La pizarra anuncia un tentador menú para la cena, pero, quedará para después de la salida nocturna a los esteros del Iberá.

Dos imperdibles de los Esteros del Iberá, los paseos en lancha y los atardeceres. (Foto: Mario Rodriguez)

“Iberá es una palabra guaraní que significa aguas brillantes” comenta Darío, nuestro guía y piloto. Después de equiparnos con salvavidas y linternas, la lancha avanza y el agua refleja muchas más estrellas de las que estamos acostumbrados. De pronto el motor se apaga y el silencio y la oscuridad son absolutos. La linterna de Darío hace brillar los ojos de un yacaré negro, que ni se inmuta cuando la embarcación le pasa muy cerca. Un poco más lejos, una pareja de chajás es iluminada, milagrosamente guardan silencio mientras el yacaré agita su cola y desaparece.

El recorrido continúa por uno de los tantos canales hasta acercarnos a la costa que parece abrirse a nuestro paso. Las linternas buscan, pero no logramos distinguir nada entre la vegetación flotante. “Miren bien”, aconseja Darío y, como si estuvieran amaestradas, las pequeñas crías de yacaré comienzan a moverse para que podamos verlas.

El puente de ingreso a Colonia Carlos Pellegrini delata a quien entra o sale de la localidad. (Foto: Mario Rodriguez)

Naturaleza en tierra firme

Martín, guía de día y bandoneonista de noche, nos conduce por la mañana hasta el sendero Carayá para observar a los monos carayá o aulladores. El camino es un didáctico recorrido con carteles que identifican las distintas especies vegetales y animales que habitan la zona. La vegetación, en algunos sectores, es tan tupida que el día se hace noche y, arriba, en las copas altas de los árboles, los potentes aullidos del macho dominante erizan la piel.

Las largas pasarelas permiten penetrar en el quieto paisaje semisumergido de los esteros. (Foto: Mario Rodriguez)

Con protector solar iniciamos el recorrido costero de la laguna Iberá. Las largas pasarelas se elevan sobre el paisaje quieto que ofrece un desafío visual permanente. La maraña de plantas semisumergidas y la tierra que el viento arrastra, tejen islotes llamados embalsados. La cabeza de un carpincho –el roedor más grande del mundo– emerge entre lo que asemejaba ser un prado sólido, un ciervo de los pantanos parece flotar sobre la vegetación y más allá, una garza mora aterriza en el agua sin hundirse. 

Canales

Los paseos diurnos en lancha circulan por los arroyos Miriñay y Corrientes. Las tranquilas aguas ofrecen un circuito relajante y la vista no encuentra ningún obstáculo más allá de la vegetación baja que flota. Numerosos canales invitan a recorrerlos, pero queda la sensación de lo fácil que sería perderse en este mundo de referencias cambiantes.

Para completar el avistaje, un ciervo de los pantanos se alimenta sumergido en los pastizales de los embalsados, una mamá carpincho se aleja con sus cachorros y, en la superficie, garzas y numerosas aves hacen pie. Los chajás denuncian nuestra presencia con su clásico grito, un hocó colorado desenvuelve su largo cuello y atrapa una anguila y, al pasar por debajo del viejo puente rumbo al Miriñay, un grupo de niños se zambulle entre risas a pesar de que está prohibido. Las columnas de alta tensión son el refugio nocturno para cientos de biguás que se reúnen para dormir. Es impagable el regreso, con el sol de frente que desaparece en el horizonte y tiñe todo de rojo, y el spray de agua que moja la cara en cada curva.

Fauna autóctona

En Camba Trapo, ubicado 12 kilómetros de Carlos Pellegrini, el paisaje cambia. Si bien el agua es la protagonista, ahora son las palmeras caranday las que ocupan los terrenos inundados. Una caminata nos permite observar la vida natural de la zona, que ahora suma a las vacas y los caballos de las grandes estancias que allí se encuentran.    

En Camba Trapo, las vacas, los caballos y las palmeras caranday se suman al paisaje correntino. (Foto: Mario Rodriguez)

La ciudad chubutense encabeza los Traveller Review Awards 2020, que elige a los destinos más amigables y hospitalarios, elaborado por la plataforma de búsqueda de viajes, Booking.com.

El Parque Nacional Los Alerces, el famoso tren patagónico La Trochita y el centro invernal La Hoya son algunos de sus atractivos más conocidos de Esquel, Trevelin y localidades vecinas en la provincia de Chubut, pero, como hay mucho más, te contamos lo que conocimos el último otoño para que agendes.

Naturaleza sustentable

Desde Esquel visitamos la reserva de montaña Huemules, el camino poblado por la baja vegetación de la estepa patagónica a medida que ascendemos se suman los ñires, y más arriba, las coloridas lengas del bosque andino.

Después de almorzar entre árboles y arroyos, iniciamos un trekking por el lugar, el recorrido atraviesa bosques, montañas nevadas y lagunas congeladas. Té con jengibre y otras “yerbas” en el punto más alto antes de pegar la vuelta.

Con la preservación de la naturaleza y la sustentabilidad como objetivo, Huemules ofrece alojamiento en domos geodésicos, más fuertes para resistir el clima patagónico, de menor impacto ambiental y con las comodidades de un cinco estrellas.

La caminata por la reserva Huemules incluye montañas nevadas y lagunas congeladas. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Un lugar para perderse

“El laberinto es una metáfora de la vida: representa la búsqueda de cada uno” nos cuentan Doris y Claudio, propietarios del Laberinto Patagonia que cuenta además, con una casa de té. Ubicado en el valle del río Epuyén, cerca de la localidad El Hoyo, se trata del laberinto más grande de Sudamérica con 8.000 metros cuadrados y más de dos kilómetros de senderos por recorrer. Tiene nueve puertas que, activadas alternativamente, pueden cambiar el recorrido de manera que cada visita es una experiencia única.

El Laberinto Patagonia se ubica en un entorno de ensueño en el valle del río Epuyén. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Refugio de paz

Los ventanales de la cabaña Maitén dejan ver el calmo río Futaleufú. La Estancia La Paz tiene una cuidada forestación y sus senderos por tramos se tornan oscuros por la sombra de los árboles. El predio tiene 3.000 hectáreas dedicadas a la agricultura y la ganadería, que también se aprovechan para cabalgatas, mountain bike, trekking y pesca con mosca.

Después de largas jornadas dedicadas a la actividad física, es el turno de la piscina climatizada, los saunas seco y húmedo, los jacuzzis y la ducha escocesa. El golpe final, costillar a la llama y las historias de la familia Massardi, propietaria del lugar.

Los reflejos de las montañas en el calmo río Futaleufú justifican el nombre de Estancia La Paz. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Parque patrimonio mundial

Desde Trevelin ingresamos a la Portada Centro del Parque Nacional Los Alerces, Patrimonio Natural de la Humanidad. Visitamos un alero con pinturas rupestres de antiguas poblaciones que habitaban la zona. A pocos kilómetros, una importante cascada se esconde entre la abundante vegetación. El camino nos lleva ahora hasta Puerto Limonao, sobre el lago Futalaufquen, desde donde parten las excursiones lacustres en el parque.

Muy cerca llegamos a la antigua Hostería Futalaufquen, construida por el arquitecto Alejandro Bustillo. Sombre la costa hay matas de rosa mosqueta, zarzamoras, hongos rojos con pintitas blancas y arrayanes.

Después de algunos kilómetros cruzamos la famosa pasarela sobre el río Arrayanes. Iniciamos la caminata al borde del río Menéndez, con aguas color esmeralda. Intentamos abrazar un inmenso coihue pero no nos dan los brazos. Cruzamos el bosque hasta el puerto Chucao, sobre el lago Menéndez, desde donde parten las embarcaciones hacia el alerzal milenario. Allí se encuentran el alerce abuelo y otros ejemplares de más de 2.000 años.

El regreso lo hacemos por la costa del lago Verde. Maitenes, cipreses, radales, ñires y lengas, entre otras especies, colorean el paisaje otoñal.

El resto del ranking

La lista de Booking.com se completa con El Chaltén y El Calafate de Santa Cruz, Cafayate en Salta, San José de Entre Ríos, Sierras de la Ventana y Chascomús de Buenos Aires, Villa La Angostura en Neuquén, Colón de Entre Ríos y Chacras de Coria en Mendoza.

En medio de una reserva natural, el resort Grand Palladium ofrece todo lo imaginable para disfrutar de unas vacaciones “todo incluido”.

Imbassaí era un pequeño pueblo de pescadores y agricultores. Sigue siendo pequeño –no más de 1.000 habitantes–, pero ahora, su actividad principal es el turismo. La inauguración de la ruta Linha Verde, que arranca en Praia do Forte, y la autorización del Gobierno brasileño a instalar el resort Grand Palladium dentro de la Reserva Imbassaí hicieron posible la transformación del lugar y de su gente. El lugar, a pesar de estar a solo una hora en auto -87 kilómetros- de Salvador, capital del estado de Bahía, conserva el encanto y la calma propia de los pequeños pueblos.

Ubicada entre Costa do Sauipe al norte y Praia do Forte al sur, Imbassaí tiene nueve kilómetros de anchas playas que garantizan tranquilidad y un mar cálido con oleaje óptimo para la práctica de deportes náuticos. En la arena –el ancho llega en algunos sectores a los cien metros- las cabalgatas son una de las actividades más elegidas. Los recorridos ofrecen una gran variedad de caminos que atraviesan enormes dunas, pantanos, lagunas y ríos, siempre rodeados de bastas zonas de vegetación y biodiversidad.

En invierno, en la zona, es posible avistar ballenas desde la costa.

El resort

El Grand Palladium Imbassaí Resort & Spa es complejo de villas, con tres restaurantes a la carta de comida brasileña, mediterránea y japonesa. Dos restaurantes bufetes. Once bares con la bebida del águila en todos. Cuatro piscinas y un parque acuático. Spa de vanguardia y un amplio programa de deportes. En fin, lo imaginable para poder hacer de todo y, también, nada.

Alojado en una de las villas del resort, los primeros días tengo que guiarme por los carteles para no perderme. Para llegar a la playa, distante a unos 600 metros, hay dos opciones: el “modo fiaca” incluye el transporte desde el hotel y el “modo activo”, una caminata por una pasarela elevada sobre la mata atlántica. Durante el corto trayecto se pueden observar iguanas, pájaros multicolores, monos tití y algún que otro turista practicando stand up paddle en el río Imbassaí. El último escollo es un pequeño morro de arena poblado de palmeras.

El Grand Palladium Imbassaí Resort & Spa ofrece todo lo imaginable para disfrutar de un destino, con el sistema “todo incluido”. (Foto: Grand Palladium Imbassaí) .

La playa cuenta con bares, restaurante y todo lo necesario para disfrutar del mar. Por la noche, hay luces bajas para no molestar a las tortugas marinas que anidan en la zona, una de las prácticas sostenibles comprometidas del hotel.

Piletas naturales y tortugas

10 kilómetros al sur de Imbassaí se encuentra Praia do Forte. Su calle principal, Alameda do Sol, es un adoquinado paseo peatonal lleno de pequeños restaurantes y coquetas boutiques que desemboca en la iglesia de San Francisco y en una pequeña bahía poblada por botes de diferentes calados pero igual de coloridos.

Para disfrutar del agua hay dos opciones: las playas de arena que dan al mar abierto y las piletas naturales que se forman en la zona de arrecifes durante la marea baja.

Praia Do Forte tiene un mar abierto con olas y las piletas naturales que se forman durante la marea baja. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Un paseo ideal en plan familiar es visitar el proyecto Tamar. Se trata de un santuario dedicado a la protección de las tortugas marinas y otras especies acuáticas comotiburones y rayas. Con clara visión ecológica y social, esta ONG integra a la comunidad local. “Los mismos pescadores que juntaban huevos de tortuga para comerlos hoy trabajan protegiendo sus nidos”, comenta el guía.

Un día en la Capi

Favelas, morros selváticos y barrios tradicionales ocupan Salvador, la capital del estado de Bahía, poblada por 3 millones de habitantes. En sus plazas y en las calles del casco antiguo se concentran bailarines de capoeira, vendedores ambulantes, estudiantes y turistas formando un conglomerado de lo más heterogéneo. De las puertas coloridas de las casas coloniales se asoman las mujeres con sus trajes típicos, prestas para la selfie a cambio de algún real.

La Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim es el templo católico en el que se distribuyen las famosas Fitinhas de Bonfim, souvenir y amuleto típico de la ciudad. Estas cintitas se atan en la reja que rodea el edifico (o en la muñeca a manera de pulsera) con tres nudos, uno por cada deseo que, dicen, se cumplen cuando la cinta se desgasta y se corta sola.

En el casco histórico, es imperdible el barrio Pelourinho. Su bien preservada arquitectura colonial barroca portuguesa forma parte del Patrimonio Histórico de la Unesco. Su nombre viene de “picota” en castellano, ya que había una en el medio de la plaza principal para el castigo de los esclavos.

El barrio de Pelourinho, ubicado en el casco histórico de Salvador, es una visita obligada. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

El elevador Lacerda, con 72 metros de altura, conecta la Ciudad Alta con la Ciudad Baja. La parte alta es un punto panorámico desde donde se puede ver la bahía de Todos los Santos y el Mercado Modelo.

Otro lugar que merece la visita es el fuerte del Monte Serrat. Sus torres ofrecen historia y vistas únicas de la ciudad y la playa del Buen Viaje.

Cuando el día termina

Del ritmo frenético de la gran capital a los tranquilos senderos del hotel. La convocatoria es para ver la puesta del sol. De espalda al mar se disponen camas, hamacas paraguayas y columpios, y se distribuyen cartas de tragos. El sol se pone sobre la selva y todo se tiñe lentamente de naranja. Otro día termina en lo que, supongo, se debe parecer al paraíso.

A más de 4.000 msnm la Reserva Provincial laguna Brava, es un paraíso oculto en la cordillera riojana.

La laguna, de 17 kilómetros de largo, tiene aguas azules y turquesas con playas de grava y sal. Rodeada de volcanes con sus cumbres nevadas y cientos de flamencos, con sus picos hundidos en el agua salobre en busca de alimento, que no se inmutan con nuestra presencia. Es el principal atractivo de la reserva provincial que ocupa 405.000 hectáreas, creada en los 80, para preservar las comunidades de guanacos y vicuñas. El lugar, también fue declarado Sitio Ramsar, título que se les otorga a algunos lugares, de importancia internacional, para resguardar la vida de sus ecosistemas.

La Reserva Provincial Laguna Brava se creó para preservar las comunidades de guanacos y vicuñas. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

Pero para llegar hasta acá, el día empezó muy temprano, con desayuno liviano, por el apuro y por la altura a la que llegaríamos unas horas más tarde.

Atravesamos la localidad de Vinchina y su monumento al arriero cordillerano. Continuamos en ascenso por la Quebrada de la Troya, en donde el camino copia el cauce del Bermejo entre formaciones montañosas rojas y coirones amarillos. El recorrido ofrece dos rarezas al lado de la ruta: La Pirámide, que es un perfecto triángulo enclavado en la montaña y, al frente, el Mirador de la Herradura, en donde el río rodea un gran peñasco en forma de U para seguir el curso paralelo a si mismo.

En la Quebrada de la Troya encontramos dos rarezas como La Pirámide. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

En Alto Jagüé, la última población antes de la reserva. Las casas de adobe se construyeron sobre las márgenes del cauce socavado de un río seco -que a su vez es la calle principal- de manera que las construcciones se ubican hasta dos metros por encima de la calzada. Algunas de ellas han recibido intervenciones artísticas, sumando color al barro seco. Además, es la parada gastronómica obligada, antes de emprender el último tramo del viaje. Aquí, las artífices cordilleranas -según Facebook- hacen que el adjetivo “casero” cobre el mayor de los sentidos. Sus empanadas, panes rellenos y tortas fritas, son “la gloria”. Tienen también una farmacia de yuyos andinos para cualquier dolencia.

Las artífices cordilleranas ofrecen sus empanadas, panes rellenos y tortas fritas, evidentemente caseras. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

De nuevo en la ruta, a un costado puede verse una construcción circular de piedra. El Refugio del Peñón está ahí desde 1873. El entonces presidente Domingo Faustino Sarmiento, hizo construir 14 similares, para los arrieros que llevaban su ganado desde o hacia Copiapó, Chile.

Los refugios de piedra en forma circular eran utilizados por los arrieros que llevaban su ganado desde o hacia Chile. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).

El paisaje se modifica a medida que ascendemos, la vegetación prácticamente desaparece y las montañas se redondean –parecen de terciopelo- y se tiñen de verdes, azules, violetas, grises, marrones y naranjas, según el mineral que contengan.

Sobre los 4.350 msnm iniciamos el descenso hacia un gran valle, también desciende la temperatura. De pronto, la laguna se muestra y crece la ansiedad. El viento hace que bajarse del vehículo sea todo un desafío. O sacude fuertemente las puertas o impide que se abran. De todos modos, bajamos y corremos como niños hasta el borde salino.

En este entorno desolado, quieto y, extremadamente silencioso, los únicos que mueven la foto son los flamencos. La temperatura cae y el viento invita a la retirada pero… la laguna es más fuerte.

Dicen que las playas de Las Grutas son las mejores de Argentina, en sus alrededores, hay varias más por descubrir.

El cambiante entorno costero de la región sigue el comportamiento del mar. Las mareas diferencian los paisajes como si se tratase de dos lugares distintos. Incluso tienen influencia directa con uno de los atractivos de la zona: la temperatura del agua. Durante la bajamar, el sol calienta el lecho marino, el calor acumulado se transfiere a la masa de agua que ingresa durante las horas de pleamar, provocando que sean más cálidas que en otras playas de la costa argentina.

Las Grutas

Para acceder a las playas de esta ciudad hay que bajar escaleras o rampas denominadas bajadas numeradas del cero al siete. Las famosas grutas, que le dan nombre al lugar, están en la bajada uno, la más céntrica y concurrida. Incluye música constante y por la tarde, multitudinarias clases de zumba. De la bajada tres parten las excursiones en gomones y las clásicas bananas. La cuatro y cinco son ocupadas por los más jóvenes. La seis y siete para los que buscan alejarse del bullicio y sentarse en la arena con los codos en las rodillas a mirar el atardecer.

La bajada uno, en Las Grutas, para los que no quieren desconectarse del ritmo de ciudad. (Foto: Mario Rodriguez).

Piedras Coloradas

Para alejarse de la congestión de sombrillas pero, con paradores y servicios, a poco más de cuatro kilómetros hacia el sur de la ciudad, se encuentra Piedras Coloradas. Este balneario tranquilo y con amplias playas, debe su nombre a las formaciones rocosas de color rojizo que crean un ambiente casi lunar. En la zona también hay médanos en donde es posible practicar sandboard. Se puede llegar a pie por la costa, durante la marea baja, o en auto por un camino en buen estado.

Muy cerca de Las Grutas, Piedras Coloradas, ofrece paradores y servicios lejos del bullicio. (Foto: Mario Rodriguez).

El Buque

Para una desconexión total, la playa El Buque, a ocho kilómetros al sur de Las Grutas, tiene inmensas superficies de arena y muy poca gente para compartirlas. Su nombre se debe a una formación rocosa que queda expuesta durante la bajamar y se asemeja a un buque. Siempre queda agua atrapada entre las rocas, ideal que los más chiquitos chapoteen. Para disfrutar un día al aire libre pero, como no existen paradores ni kioscos en la zona, hay que llevar todo lo necesario.

Sin paradores ni kioscos, El Buque, es lo más parecido a una playa virgen en la zona. (Foto: Mario Rodriguez).

Las Conchillas

A 60 kilómetros de Las Grutas, antes de ingresar a San Antonio Este, la franja costera se tapiza de millones de conchas marinas que generan una interminable playa blanca. Son kilómetros y kilómetros de un paisaje blanco que resalta el turquesa de las aguas del mar. En el lugar se estacionan suntuosos motorhomes y casillas rodantes. Carpas, toldos, sombrillas y todo lo necesario para cubrirse del sol son imprescindibles, la sombra es prácticamente inexistente. Hay paradores con buena gastronomía.

Millones de fragmentos de conchas marinas hacen de la Las Conchillas una playa muy particular. (Foto: Mario Rodriguez).

Punta Perdices

En Punta Perdices el mar ingresa tierra adentro cientos de metros y genera una pequeña bahía –abrigada del viento- de aguas cristalinas y calmas sobre el inmenso colchón de conchillas. Para acceder a “Caleta Falsa”, como también se la conoce, se ingresa por el Puerto San Antonio Este –a 60 kilómetros de Las Grutas- y se avanza por la costa unos dos kilómetros.

Temporadas atrás, este paraíso escondido era visitado solo por lugareños. Su fama crece verano a verano, y las sombrillas, cada vez más cerca entre ellas. Llevar todo lo necesario para pasar el día y mucho protector solar.

Punta Perdices es un paraíso escondido que cada verano convoca a más visitantes. (Foto: Mario Rodriguez).
Llegada al lago Fagnano en la Excursión en vehículos 4x4, Ushuaia

Desde el fin del mundo nos sacudimos de lo lindo recorriendo caminos alternativos para conocer los lagos Fagnano y Escondido.

Arrancamos el día a bordo de la Defender 4×4 que, equipada con pico, pala y motosierra, prometía “movidas” experiencias de viaje. Durante el recorrido por la Ruta Nacional 3, nos acompaña el río Olivia, donde se rodaron algunas escenas de El renacido. Después de recorrer 60 kilómetros, llegamos al mirador del Paso Garibaldi, a 450 msnm, desde donde observar los lagos Escondido (cuando está despejado) y Fagnano. Durante el tiempo que estuvimos foteando semejante panorama, el caprichoso clima fueguino nos regaló una fugaz nevada, seguida de una llovizna hasta despejarse con el sol a pleno. El lugar es el punto más alto del cruce de la cordillera, de manera que iniciamos el descenso hasta llegar a los aserraderos en donde abandonamos el asfalto.

El Fagnano es un gran lago que compartimos con la república de Chile. (Foto: Mario Rodriguez).

Caminos difíciles, lagos y castores

Comenzamos la travesía offroad por caminos alternativos hasta adentrarnos en el bosque fueguino. Allí, la presencia de los castores se hace evidente. Durante la década del 40, se introdujeron desde Canadá, 20 parejas de estos roedores para impulsar la industria peletera. Con el tiempo se dan cuenta que el pelo no sirve y, sin depredadores, los animales se han transformado en una verdadera plaga que causa grandes daños al bosque nativo.

En la zona se pueden avistar, entre otras especies, a los carpinteros gigantes. (Foto: Mario Rodriguez).

“Somos cuatro. Si nos encajamos, ella maneja y los tres hombres pechamos”, avisa el piloto/guía, sin feministas a la vista que lo reten. Pero no es necesario, el camino, que por sectores nos sacude de lado a lado del vehículo, nos lleva directamente al lago Fagnano. Este impresionante espejo de agua  tiene 104 km de largo -13,5 km se encuentran en territorio chileno- y una profundidad máxima de 200 metros. Después de recorrer parte de su costa, reingresamos al bosque, donde iniciamos el trekking que nos llevará hasta el refugio frente al lago Escondido.

Después de la travesía en 4×4, un corto trekking nos lleva hasta el refugio frente al lago Escondido. (Foto: Mario Rodriguez).

Para reponer energías

Arden los chulengos y corre el buen vino patagónico. Se suman algunos extranjeros que llegaron en otra excursión y se mezclan los idiomas. Pulgar para arriba a la hora de evaluar la carne.

Después del asado, una pareja de zorros grises nos visita mientras el repetido toc-toc de los carpinteros gigantes le pone banda de sonido a un viaje inolvidable.

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