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Mario Rodriguez
Ushuaia en verano, Tierra del Fuego. Argentina

Para viajar por Argentina está bueno empezar de abajo (del mapa) y Ushuaia ofrece además de lugares de ensueño, una gran variedad de actividades al aire libre para disfrutar del fin del mundo.

Aterrizar en el aeropuerto de Ushuaia no suele ser de las experiencias de viaje que podemos definir como “tranquilas”, los vientos cruzados suelen sacudir el avión pero, ante esta situación, la solución es asomarse a la ventanilla y observar, la vista hará olvidar de todo lo que ocurra alrededor.

Ushuaia es la única ciudad de Argentina que para llegar a ella, hay que cruzar la cordillera. Ocurre que la cadena montañosa corre miles de kilómetros paralela al océano Pacífico y en Tierra del Fuego cambia su curso desviándose hacia el Atlántico.

Durante la década del ’80, una ley de promoción Industrial hizo que llegara gente de todo el país a instalarse en la zona, por lo que Ushuaia tuvo un crecimiento rápido, aunque también desordenado, entre la cadena montañosa del Martial y el Beagle.

El faro Les Eclaireurs es el punto más lejano del paseo en catamarán por el Beagle. (Foto: Mario Rodriguez).

Habitante del canal

La costanera que bordea el centro de la ciudad es un buen lugar para tener el primer contacto con el fin del mundo, allí cohabitan el cartel corpóreo en donde tomarse fotos para certificar la visita, una gran variedad de aves que transformaron este territorio urbano en su hábitat natural y una de las clásicas postales turísticas de la ciudad: el remolcador Saint Christopher. Se trata de un barco que participó en el desembarco de Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial y llegó a estas aguas en 1953 para tratar de reflotar el crucero Monte Cervantes, que había naufragado en 1930. La misión resultó un fracaso y, por los daños causados en su motor y timón durante las maniobras, encalló en el lugar en donde está hoy.

Lejos de las bombas, el viejo barco de guerra es un habitante más de la bahía y el cobijo para las distintas especies de aves que hacen sus nidos en su gastada estructura.

Navegación por el canal de Beagle

En la excursión por el Beagle, a bordo de un catamarán, se observa como el perfil de la ciudad con los imponentes montes Olivia y Cinco Hermanos a su espalda, se reflejan en las aguas heladas del canal.

Después de un corto recorrido, la embarcación llega a la Isla de los Pájaros en donde se pueden avistar cormoranes reales, gaviotas, ostreros, palomas antárticas e incluso cóndores, asentados en los peñascos más altos.

El circuito lleva luego hasta la Isla de los Lobos, con un importante asentamiento de lobos marinos de uno y dos pelos.

En la Isla de los Lobos puede verse gran parte de la fauna marítima de la zona. (Foto: Mario Rodriguez).

El punto más lejano del viaje es el faro Les Eclaireurs –al que no hay que confundir con el Faro del Fin del Mundo, que se encuentra en la Isla de los Estados–. Esta es “la postal” del lugar, no has visitado Ushuaia si no volvés con la selfie del faro detrás.

La isla Mary Ann, que forma parte del archipiélago de las islas Bridges, es última parada de esta excursión en donde, cuando el clima lo permite, se desembarca y se realiza un corto trekking.

Trekking a la Laguna Esmeralda

A 20 kilómetros de Ushuaia, en el Valle de Tierra Mayor, se encuentra la laguna Esmeralda, otro de los imperdibles de la zona que atrae a visitantes de todo el mundo.

Trekking a la laguna Esmeralda, Ushuaia
Para llegar a la Laguna Esmeralda hay que atravesar bosques, turbales y arroyos. (Foto: Mario Rodriguez)

El complejo Valle de Lobos es uno de los lugares desde donde se puede iniciar el trekking de baja dificultad que atraviesa bosques de lengas, turbales, castoreras y numerosos arroyos rodeados por montañas y picos nevados. Después de nueve kilómetros que pasan volando se accede a la laguna Esmeralda y sus aguas quietas que le hacen honor a su nombre.

La laguna Esmeralda se encuentra en el Valle de Tierra Mayor cerca de Ushuaia
La Laguna Esmeralda puede verse, recién en los últimos tramos del recorrido. (Foto: Mario Rodriguez)

Cruce de los Andes en 4×4 (y remos)

Para esta actividad que dura casi todo el día se recorren unos 60 kilómetros hacia el norte de la isla por la serpenteante Ruta Nacional 3, hasta el punto más alto del recorrido, a 450 msnm, y parada obligada: el Paso Garibaldi desde donde se observa el lago Fagnano y, si el clima lo permite, el Escondido (de ahí su nombre). Se inicia el descenso y los últimos kilómetros de asfalto entre aserraderos.

Vista del lago Fagnano y lago Escondido desde el Paso Garibaldi.
Desde el Paso Garibaldi pueden verse los lagos Fagnano y Escondido. (Foto: Leonard Zhukovsky/123RF)

Después de abandonar la ruta, comienza la adrenalina del 4×4 recorriendo “caminos” con barro y agua hasta desembocar en la costa del lago Fagnano. Luego se hace un corto trekking por el bosque hasta un refugio frente al Lago Escondido en donde se reponen energías con asado y un buen malbec. Finalmente, divididos en parejas, se abordan las canoas para navegar por el lago.

Crónica completa de la excursión CRUCE DE LOS ANDES EN 4X4

Otros recorridos recomendados

El Parque Nacional Tierra del Fuego, a 12 kilómetros de Ushuaia, es una reserva natural con 63.000 hectáreas que combina los entornos marinos de las costas del Canal de Beagle con los valles poblados de bosques, lagos, turberas y montañas, en donde habita una gran variedad de aves marinas además de una rica fauna autóctona.

El Trekking al glaciar Martial es una caminata de baja dificultad que puede hacerse en medio díahasta el famoso glaciar y el mirador de Ushuaia, con increíbles vistas de la ciudad y del canal de Beagle y sus numerosas islas.

Ushuaia para veranear

El día comienza a las 5 de la mañana y la puesta del sol es a las 22. Muchas horas para caminar, navegar y descubrir el fin del mundo.

Meia Praia, Itapema, Brasil. El sol se despierta y sube. La desierta playa cede arena a sombrillas, gacebos, reposeras, esterillas con culos, conservadoras y vendedores ambulantes. Es el momento de tomar sol, leer y relajarse. Las actividades deportivas están vedadas hasta las 19hs. La “fiscalizazao”, un cuerpo de élite y chaleco azul, recorre el lugar reprimiendo cada intento de pegarle a una pelota, sea cual fuere el tamaño de la misma, incluso el deporte extremo del tejo, está prohibido hasta bien entrada la tarde. Pero el sol se cansa y cae. El paisaje cambia. Y cambian los personajes.

Al atardecer, en las playas de Itapema, el fútbol es un ritual ineludible. (Foto: Mario Rodriguez).

No recuerdo bien cuando lo ví por primera vez. Con mi reposera semienterrada y a contraluz, su silueta me pareció la de un gigante esgrimiendo sus poderosas armas. Estaba parado en medio de la playa que empezaba a despejarse, y su larga sombra agregaba dramatismo a la imagen. Más extraño fue ver como, por algún poder hipnótico, los muchachos se acercaban a él como zombies. Me incorporé decididamente a buscar otra Skol y a averiguar que pasaba. Las poderosas armas eran en realidad, caños de PVC con sus respectivos codos, y el gigante armaba los arcos y los zombies se dividían para empezar el partido.

Muy cerca de esta ciudad se realizan paseos a caballo, una actividad imperdible para conectarse con la naturaleza y conocer las sierras bien de adentro.

Desde el puesto Quinceana, ubicado a 4 kilómetros de La Falda, en la Pampa de Olaen, parten las cabalgatas de medio día, día entero y las travesías de dos días. Los circuitos incluyen ríos, arroyos, trepadas y bajadas, senderos entre espinillos, pampas polvorientas y todo el combo que las sierras de Punilla pueden ofrecer.

“El setenta por ciento de las personas que participan en mis cabalgatas y travesías son mujeres”.

Sebastián Herrero.

Sebastián Herrero, guía matriculado en turismo alternativo y propietario del lugar, recibe a los visitantes con mates y pan casero. Hace seis años, las luces amarillas en su salud le pidieron un cambio y decidió dejar el estrés de su negocio de alarmas en la capital cordobesa, para instalarse en medio de las sierras. De boina, barba larga y bombacha, baja, como indica la moda, comenta sobre los inicios en la actividad, “alquilar caballos por hora no me cerraba, sabía que tenía que encontrar un diferencial, ofrecer algo distinto”. Entonces diseñó circuitos atractivos para recorrer a caballo, se animó a los recorridos largos, le sumó la mateada, el asado y fundamentalmente, la buena onda. Hoy, agota rápidamente las “monturas” cada vez que anuncia una travesía.

“A mis caballos los conozco mucho más que a ustedes” se sincera Seba a la hora de distribuir los animales, entonces, cada jinete adopta el nombre de su caballo. Así, yo soy Río, la jovencita de Santa Fe, Chocolate, el señor de Villa María, Piquín, etc. etc. Una vez montados, el tutorial de manejo incluye las nociones básicas: arrancar, doblar, frenar y las distintas posiciones frente a las irregularidades del terreno. Se abre la tranquera y en fila india iniciamos el recorrido, los perros África y Copito se suman al grupo sin respetar el orden, se adelantan, se pierden entre los espinillos, y se reincorporan totalmente mojados, el arroyo cercano les sirve para refrescarse del sol que ya “pica”. Seba tampoco respeta su lugar, recorre la hilera, charla y controla que todo esté bien, se aparta del sendero y trepa el cerro para lograr un mayor panorama e inicia un Facebook live. Este gaucho con wifi sabe lo que hace, disfruta y juega como un niño durante el paseo y contagia.

Después de dos horas de recorrido llegamos a Puesto Viejo. Mientras la caballada descansa a la sombra de la arboleda, en la orilla del río cercano circulan dos mates, a uno de ellos -a pesar de no estar bien visto-, se le puede agregar azúcar. Se suceden las charlas y las anécdotas hasta que nuestro anfitrión anuncia que hay que volver. Revisa y ajusta cada cincha antes de comenzar el regreso. Sopla una brisa que alivia el calor y permite disfrutar aún más del panorama. Los caballos aceleran el paso, saben que la jornada llega a su fin. A esta altura, Seba ya sabe los nombres de cada jinete.

Mateada y charla a orilla del arroyo con muy buena compañía. (Foto: Mario Rodriguez).

Chat con un amigo durante la eterna conexión Aeroparque/Posadas: “¿Llevás repelente, en Misiones los mosquitos son como pterodáctilos?”. “Uy, no, me olvidé, pero compro, arriba hay un Farmacity”. Otro entretenimiento para mitigar la espera, pensé. La farmacia estaba llena, pero había tiempo. Después de comprar el Off en crema -los aerosoles solo pueden viajar en la bodega- encaré nuevamente para preembarque. Me llamó la atención la cantidad de gente y más aún, que la mayoría eran adolescentes. Coloridas vestimentas, gafas espejadas, hasta esquíes y tablas de snowboard. Julio, viaje de estudio, Bariloche, pensaba, deduciendo lo obvio. De pronto se produce una estampida, como la de los ñúes en el Serengueti (faltaba solo el rectángulo amarillo de Nat Geo), todos en la misma dirección: preembarque. Uff, la puta madre, a comerme una cola eterna. Pero estaba contento con mi repelente en la mochila. Se formaron larguísimas filas, y, como en el super, la de al lado avanzaba más rápido. Había tiempo, pero ya no sobraba. “Celular, abrigo y zapatos en la bandeja”, ordenó el dueño del scanner. Y repitió la orden como un loro, hasta que el chino, coreano o japonés que me antecedía, la entendió. En mi bandeja puse la campera, el cinto y las zapatillas con el celular adentro. Mientras me palpaban y explicaba que el chuf-chuf en el bolsillo era para el asma y no un arma de destrucción masiva, perdí de vista mis cosas. Campera, cinto, zapatillas, celular ¡celular! ¿celular? ¿celular? Fueron 3 segundos (no, más), hasta que la mano extendida del uniformado me señalaba el aparato en otra bandeja. Creo que sonreía. Pasado el momento de tensión, pero contento con mi repelente, me junté con los que serían mis compañeros de viaje, justo a tiempo.

Ya era noche cuando llegamos al soberbio “El Soberbio Lodge”. Solo hubo tiempo para la cena, luego, cama. A la mañana siguiente, muy temprano, salimos a recorrer uno de los senderos del hotel. Después de atravesar la tupida selva que rodea al edificio, llegamos a unos inmensos campos sembrados con una planta desconocida: “¿qué cultivan acá?” le pregunté al guía. “Citronella ¿o porqué pensás que no hay un mosquito en la zona?”

Apenas iniciamos el recorrido pensé -esta mina se va a mandar una cagada-, estaba totalmente convencido y se lo hice saber. Estamos en la pingüinera de la Estancia San Lorenzo, cerca de Puerto Pirámides. Miles de pingüinos han llegado a estas costas, como todos los setiembre. Los machos se adelantan e intentan ocupar los nidos que están cerca del mar, hay muchas peleas y es común ver pingüinos ensangrentados. Otros cavan pequeñas cuevas para anidar esperando a sus candidatas. El celoso guía nos indica un recorrido fuera del circuito tradicional. Se trata del exclusivo sector de alta densidad, que, claro está, tiene una gran cantidad de nidos muy juntos entre si. Lo recorremos en fila india haciendo todos los zig-zag necesarios para evitar una catástrofe.

En septiembre, los pingüinos machos son los primeros en llegar, ocupan los nidos de la temporada anterior o, construyen uno, en espera de las hembras. (Foto: Mario Rodriguez).

Pero ella, la fotógrafa italiana en busca del mejor ángulo en un descuido quedó en medio de tres nidos muy cercanos. Fue cuando le dije, -cuidado, estás rodeada-. Sonrió sin entenderme una palabra y siguió su camino sin hacer ningún daño y muy concentrada en sus fotos. Tan concentrada que no alcanzó a ver como mi pierna izquierda se hundía hasta la rodilla. Desesperado miré hacia abajo y al lado de mi pierna semienterrada emergía la cabeza ilesa pero atontada de un pingüino que me miraba sin entender nada. Como en estos casos, el último que querés que te vea, te ve. El guía, con cara de mal actor preocupado me preguntó si estaba bien. Preguntaba por el pingüino, claro.

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