Entre los “patios” de los hoteles y la playa hay unos diez escalones de desnivel. Un impecable césped con palmeras alineadas mirando al mar decoran el resto de la bajada. Quizás por el temor a que alguna de las caipirinhas perdiera frío o por refugiarme bajo las sombrillas del chaparrón pasajero o, ese espíritu rebelde que tanto me caracteriza (.) opté por cortar camino e inicié el descenso por el pasto. “Cancha rápida” le dicen al terreno cuando lo mojan antes del partido. Lástima que esta cancha no termina en la línea de cal sino en una hilera de troncos secos de palmera. Las Havaianas aceleraron el deslizamiento, fueron movimientos rápidos, fugaces, muy pocos lo advirtieron. Rápidamente me incorporé, la arena caliente disimuló la renguera. Y juro por lo que más quiero que no perdí una sola gota de las bebidas.