Esta celebración mexicana que se festeja todos los 1 y 2 de noviembre para honrar a los muertos tuvo su origen en la era prehispánica.
Las culturas precolombinas ya tenían fechas para esta celebración que, curiosamente, coincidían con las de los europeos. En México existe la creencia de que en esos días los muertos vuelven al mundo de los vivos para visitar a sus familiares y amigos y son recibidos con sus comidas y bebidas favoritas. Primero llegan los niños, los muertos pequeños, y al día siguiente, los difuntos adultos.
Del camposanto a casa
Durante esta festividad, declarada Patrimonio Intangible de la Humanidad por la Unesco en 2003, las familias visitan los cementerios y decoran las tumbas con coloridas guirnaldas, papel picado, fotos de los difuntos, velas encendidas y flores de Cempasúchil, la flor de los muertos, que debido a su color llamativo, existe la creencia de que guían a los muertos iluminando el camino de regreso a la Tierra.

También en sus viviendas, las familias preparan altares con distintas ofrendas que se acomodan en una estructura de varios escalones, que tradicionalmente representan a los distintos niveles que debe atravesar un muerto para salir del inframundo. En las partes bajas se pone la fruta fresca, en la intermedia, las comidas y bebidas, y arriba, las imágenes religiosas y las fotografías del fallecido.

Que no puede faltar en un altar
Las ofrendas a los difuntos pueden ser muchas y variadas pero no deberían faltar: la sal, que evita que el alma del difunto no se corrompa durante su viaje; las velas encendidas, para alumbrar el camino; el pan, redondo y con una bolita en el centro que simboliza el cráneo del fallecido y con tiras de masa en cruz que representan a los huesos; el agua, para calmar la sed luego de su recorrido; el incienso, para limpiar el lugar de los malos espíritus; el petate o estera, para que las ánimas descansen tras su viaje; las coloridas calaveritas de azúcar para adornar; la comida, atole, mole, tamales, chocolate caliente, dulces, tortillas, entre otros platos y finalmente las bebidas, a gusto del difunto.

La Catrina
Este tradicional personaje de la cultura mexicana es uno de los más representativos del Día de los Muertos y fue creado en 1912 por el grabador y caricaturista José Guadalupe Posada. La “Calavera Garbancera” como se la conoció, representaba una crítica a las empleadas domésticas que pretendían lucir como las mujeres de clase alta de la época posrevolucionaria. La obra consta de una calavera dibujada hasta el pecho adornada con un llamativo sombrero de colores y plumas. El artista le agregó unos moños como los que usaban las empleadas domésticas para que no se olvidaran de sus orígenes.

Pero fue el muralista Diego Rivera quien le completó el resto del cuerpo, le sumó un elegante vestido y la convirtió en una mujer de clase alta llamada Catrina. Desde entonces, la Catrina forma parte de la celebración del Día de Muertos en cualquier altar o decoración, y durante esos días, pueden verse a muchas mujeres desfilar por las calles pintadas y ataviadas como el famoso personaje.