Un lugar que enamora a todos los turistas que lo visitan.
Al enterarme de mi próximo viaje me puse a averiguar un poco. Turcks and Caicos, no la tenía muy en la mente. Bueno, debe ser una isla más pensé. Error. Si se busca la palabra paraíso en el diccionario, definitivamente debería haber una foto de este destino.
Este pequeño archipiélago, ubicado al sureste de Miami y al norte de República Dominicana, ha logrado conquistar el corazón de algunas de las celebridades. Messi, Icardi, Rihanna, Justin Bieber son algunos de los nombres más populares que han pisado este lugar.
Desde el primer momento
En el avión que me lleva a mi destino, me siento al lado de una familia estadounidense. La madre, muy simpática, intenta mantener una charla en su español de secundaria, mientras yo trato de contestarle en mi inglés de secundaria. En una de sus interminables frases, su hijo empieza a gritar señalando la ventanilla. Al mirar lo que al niño tenía tan fascinado, lo único que pasó por mi cabeza fue “WOW”.
Desde la ventanilla, el mar era de un turquesa profundo. Si mi nueva amiga me dejaba acercar a la ventanilla, se podía distinguir la división de la barrera de corales y el cambio a un color azul más oscuro. Por momentos podíamos visualizar pequeñas porciones de arena blanca.
En el avión lo único que se escuchaba eran suspiros, exclamaciones, y algunos niños gritando. Casi pude leer el pensamiento de todos los pasajeros, si este es el comienzo, que será lo que nos espera.
“Welcome to paradise”
El aeropuerto de Providenciales es pequeño y el ambiente muy caluroso. Subimos a la trafic, ¡Atención! No asustarse, ellos manejan por la izquierda. Debo admitir que se sufren un poco las rotondas.
Llegamos a Club Med, un hotel solo para adultos. La piscina infinita es lo primero que llama mi atención. De fondo el enorme letrero de “Turkoise” se encarga de esconder el verdadero paraíso. Las palmeras, altas e imponentes, contrastan con el cielo celeste y nubes muy muy blancas, el turquesa vuelve a presentarse.
Un poco más y corro al mar, tranquila, pienso, debo parecer profesional, así que con un buen paso enfilo hacia el sonido de las olas. Al tocar la arena, me doy cuenta que es tan fina como la harina me doy.
Todo el tiempo estuve equivocada, el agua no es turquesa, es una mezcla de colores. Cada ola parece traer uno nuevo, ya vi el azul, verde, celeste, y puedo seguir contando. Juro no exagerar al decir que uno queda hipnotizado. No sé cuánto tiempo estuve allí.
El día comienza con un buen desayuno. ¡Buena suerte! tenemos un lugar en la terraza junto a la piscina, que afortunados. Los platos van y vienen, algunos optan por frutas, jugos y café, mientras que otros vamos por huevos, omelet y hasta salchichas.
Llegó el momento del agua. Algunos extranjeros eligen la pileta, mi grupo, el argentino, va derecho al mar. Pensamos en hacernos los “cool”, pedimos un kayak y partimos.
No es tan fácil como parece, mucho más si tu compañero se empeña en moverlo para cualquier costado. Lejos quedaron las indicaciones del chico en la playa que nos dijo “You have until 5 pm because we close (at that time)”, cuando nos dimos cuenta el silbato sonaba y sonaba intentando que volviéramos.
Almorzamos en Sharkie´s, un restaurante en la playa que está abierto a todas horas. Las opciones son variadas: pescados para algunos, verduras para otros y hamburguesa para quien les habla. Si empezamos a hablar de bebidas, ya ni recuerdo los nombres, pero sé que había de todos los colores y sabores.
A la tarde seguimos con espíritu aventurero, es momento de probar el “stand up paddle”. Mientras intento mantener el equilibrio en la tabla recuerdo las indicaciones del profesor: “el remo para un lado, el remo para otro, siempre cambiando las manos”. Logro pararme tres veces, un golazo. Lamentablemente algunos no tuvieron tanta suerte y debieron volver nadando con la tabla en la mano.
Por la noche nos vestimos con el “dresscode” indicado y disfrutamos de un espectáculo en el teatro, cada día es uno distinto. Mi preferido, el de canciones de distintas épocas, muchos regresaron a las habitaciones sin voz. Después se sigue la fiesta al lado de la piscina. ¡Importante! Hasta los pataduras deberán aprender el baile del resort.
A la mañana es el momento del buceo. Paco se presenta como el instructor español y nos da todo el equipo necesario. El viaje en el pequeño barco es impresionante, cada vez el agua me parece más y más rara, no miento que uno descubre colores nuevos. De fondo se pueden observar la variedad de hoteles, y si achino un poco los ojos logro ver todavía algunas parejas caminando por la playa. Dichosos.
Después de una interminable sesión de selfies, y configurar la Gopro, Paco habla a la tripulación, es el momento de ajustar sus antiparras y ponerse las patas de ranas. Primero unas indicaciones, no debemos acercarnos mucho a los corales, mantenernos siempre por delante del barco, ir en parejas y principalmente estar atentos.
Se escuchan los chapuzones. El coraje que venía juntando se esfuma. Prefiero observar la excursión desde el barco. Luego de una serie de amenazas por partes de mis compañeros, (recuerdo muy bien sus empujones), estoy en el agua.
Si el mar es bello por fuera, por dentro es mejor. Corales, peces, algunos tiburones (inofensivos obvio) fueron los protagonistas de la excursión. La transparencia y calma del agua nos permite nadar bastante. Los animalitos nos rodean y parecen no tener miedo de nuestra presencia. Logramos grandes videos y fotos además de un gran cansancio de piernas.
Estoy muy segura que de todos los viajes quedan grabados en nuestra mente hasta el final de los días, pero estoy aún más confiada que existen pocos destinos que logran crear en sus visitantes las sensaciones que Turks and Caicos me hicieron sentir.