En medio de una reserva natural, el resort Grand Palladium ofrece todo lo imaginable para disfrutar de unas vacaciones “todo incluido”.
Imbassaí era un pequeño pueblo de pescadores y agricultores. Sigue siendo pequeño –no más de 1.000 habitantes–, pero ahora, su actividad principal es el turismo. La inauguración de la ruta Linha Verde, que arranca en Praia do Forte, y la autorización del Gobierno brasileño a instalar el resort Grand Palladium dentro de la Reserva Imbassaí hicieron posible la transformación del lugar y de su gente. El lugar, a pesar de estar a solo una hora en auto -87 kilómetros- de Salvador, capital del estado de Bahía, conserva el encanto y la calma propia de los pequeños pueblos.
Una de las opciones para llegar a la playa, es a través de una pasarela elevada sobre la mata atlántica. (Foto: MARIO RODRIGUEZ). La playa detrás de la línea de cocoteros. (Foto: MARIO RODRIGUEZ). En la Reserva Imbassaí, en donde se ubica el resort, es posible ver gran parte de la fauna de la zona. (Foto: MARIO RODRIGUEZ).
Ubicada entre Costa do Sauipe al norte y Praia do Forte al sur, Imbassaí tiene nueve kilómetros de anchas playas que garantizan tranquilidad y un mar cálido con oleaje óptimo para la práctica de deportes náuticos. En la arena –el ancho llega en algunos sectores a los cien metros- las cabalgatas son una de las actividades más elegidas. Los recorridos ofrecen una gran variedad de caminos que atraviesan enormes dunas, pantanos, lagunas y ríos, siempre rodeados de bastas zonas de vegetación y biodiversidad.
En invierno, en la zona, es posible avistar ballenas desde la costa.
El resort
El Grand Palladium Imbassaí Resort & Spa es complejo de villas, con tres restaurantes a la carta de comida brasileña, mediterránea y japonesa. Dos restaurantes bufetes. Once bares con la bebida del águila en todos. Cuatro piscinas y un parque acuático. Spa de vanguardia y un amplio programa de deportes. En fin, lo imaginable para poder hacer de todo y, también, nada.
Alojado en una de las villas del resort, los primeros días tengo que guiarme por los carteles para no perderme. Para llegar a la playa, distante a unos 600 metros, hay dos opciones: el “modo fiaca” incluye el transporte desde el hotel y el “modo activo”, una caminata por una pasarela elevada sobre la mata atlántica. Durante el corto trayecto se pueden observar iguanas, pájaros multicolores, monos tití y algún que otro turista practicando stand up paddle en el río Imbassaí. El último escollo es un pequeño morro de arena poblado de palmeras.

La playa cuenta con bares, restaurante y todo lo necesario para disfrutar del mar. Por la noche, hay luces bajas para no molestar a las tortugas marinas que anidan en la zona, una de las prácticas sostenibles comprometidas del hotel.
Piletas naturales y tortugas
10 kilómetros al sur de Imbassaí se encuentra Praia do Forte. Su calle principal, Alameda do Sol, es un adoquinado paseo peatonal lleno de pequeños restaurantes y coquetas boutiques que desemboca en la iglesia de San Francisco y en una pequeña bahía poblada por botes de diferentes calados pero igual de coloridos.
Para disfrutar del agua hay dos opciones: las playas de arena que dan al mar abierto y las piletas naturales que se forman en la zona de arrecifes durante la marea baja.

Un paseo ideal en plan familiar es visitar el proyecto Tamar. Se trata de un santuario dedicado a la protección de las tortugas marinas y otras especies acuáticas comotiburones y rayas. Con clara visión ecológica y social, esta ONG integra a la comunidad local. “Los mismos pescadores que juntaban huevos de tortuga para comerlos hoy trabajan protegiendo sus nidos”, comenta el guía.
Un día en la Capi
Favelas, morros selváticos y barrios tradicionales ocupan Salvador, la capital del estado de Bahía, poblada por 3 millones de habitantes. En sus plazas y en las calles del casco antiguo se concentran bailarines de capoeira, vendedores ambulantes, estudiantes y turistas formando un conglomerado de lo más heterogéneo. De las puertas coloridas de las casas coloniales se asoman las mujeres con sus trajes típicos, prestas para la selfie a cambio de algún real.
La Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim es el templo católico en el que se distribuyen las famosas Fitinhas de Bonfim, souvenir y amuleto típico de la ciudad. Estas cintitas se atan en la reja que rodea el edifico (o en la muñeca a manera de pulsera) con tres nudos, uno por cada deseo que, dicen, se cumplen cuando la cinta se desgasta y se corta sola.

En el casco histórico, es imperdible el barrio Pelourinho. Su bien preservada arquitectura colonial barroca portuguesa forma parte del Patrimonio Histórico de la Unesco. Su nombre viene de “picota” en castellano, ya que había una en el medio de la plaza principal para el castigo de los esclavos.

El elevador Lacerda, con 72 metros de altura, conecta la Ciudad Alta con la Ciudad Baja. La parte alta es un punto panorámico desde donde se puede ver la bahía de Todos los Santos y el Mercado Modelo.
Otro lugar que merece la visita es el fuerte del Monte Serrat. Sus torres ofrecen historia y vistas únicas de la ciudad y la playa del Buen Viaje.
Cuando el día termina
Del ritmo frenético de la gran capital a los tranquilos senderos del hotel. La convocatoria es para ver la puesta del sol. De espalda al mar se disponen camas, hamacas paraguayas y columpios, y se distribuyen cartas de tragos. El sol se pone sobre la selva y todo se tiñe lentamente de naranja. Otro día termina en lo que, supongo, se debe parecer al paraíso.
