La antigua casona está protegida por paredes perimetrales y rejas torneadas en la zona de ingreso. Desde la vereda, el guía pidió no meter las manos entre el enrejado para fotografiar la magnífica residencia, tres perros bravos la custodian hace años. JA! Sonó como si hablara de los custodios del infierno. De todos modos el exagerado consejo me disuadió y, el resultado está a la vista, la foto es una cagada.
Los dueños por aquellos años, señores azucareros -propietarios también de palcos en la iglesia Alto da Sé, con garantía de perdón- habitaban la planta alta con grandes aberturas con ventiluces, conté siete solo en el frente. Suena lógico, la zona tiene temperaturas mínimas todo el año de 24 grados con máximas de 34, con altísima humedad, graduada en bochornosa, opresiva o insoportable. La planta baja era el hogar de los esclavos que trabajaban en los ingenios, curiosamente tiene una sola puerta y ciega.
Caminamos por la bella Olinda, el guía se llenó la boca de historias que no escuché, sigo pensando en los perros, los guardianes del infierno.