Para los tehuelches en el comienzo de los tiempos solo existían la oscuridad y Kóoch, creador del universo. Pero este, se sentía tan solo que comenzó a llorar, y lloró tanto que formó el mar. Después lanzó un profundo suspiro que creó el viento que al soplar, arrastró las tinieblas dejando que entrara una pálida luz. Entusiasmado, el Dios siguió su obra y para poder verla mejor encendió una gran chispa que originó el sol que a su vez, calentó el mar, y así se formaron las nubes. Y estaba tan contento que su potente risa le dio vida al trueno.
Totalmente rodeado por agua, Kóoch hizo elevar una porción de tierra creando una isla, y con esa misma tierra moldeó las montañas, que al ser rozadas por las nubes provocaron las lluvias que crearon los ríos y arroyos que se poblaron de peces, y las aguas regaron la tierra que dieron vida a las plantas que se convirtieron en el alimento de los primeros animales. Y también llegaron los hijos del creador que satisfecho, antes de perderse en el horizonte, creó una tierra muy lejana, la Patagonia.
Un desierto helado
La Patagonia estaba cubierta de hielo y nieve hasta que un día, desde el océano, llegó volando un cisne con Elal, uno de los hijos de Kóoch, sobre su lomo. Detrás de ellos llegaron los peces y muchas más aves que transportaban a los animales que no podían volar. Así fue como el lugar se pobló de guanacos, liebres y zorros y los lagos, de patos y flamencos.
El cisne dejó a Elal en la cumbre del cerro Chaltén, hoy monte Fitz-Roy. Luego de tres días y tres noches, el joven comenzó a bajar por la ladera y se topó con el frío y la nieve, pero los espantó creando el fuego al golpear dos piedras entre sí. Luego, con flechazos alejó al mar y con el barro creó a los hombres y mujeres tehuelches.
Elal les enseño fabricar sus armas y a cazar, a encender el fuego, a preparar los cueros para hacer sus toldos y muchas cosas más.
La partida
Un día le anunció a su pueblo que se iba y le pidió que transmitieran a sus hijos todo lo aprendido para que nunca mueran sus enseñanzas. Luego llamó al cisne, subió a su lomo y partieron rumbo al este, por encima del mar. Cuando el ave se cansaba, Elal disparaba una flecha y donde esta caía, aparecía una isla en donde se detenían a descansar.
Esas islas pueden verse desde la costa patagónica y en alguna de ellas vive Elal. Dicen que permanece sentado frente a una fogata charlando con los muertos tehuelches que llegan para quedarse eternamente con él.
Fuente: www.skorpios.cl y www.alconet.com.ar