Pillán es el amo de la montaña, en la tierra mapuche cada montaña tiene dueño. Pillán es un espíritu que protege al volcán y a la naturaleza. Vive bien arriba, en la cumbre, adonde nadie se anima a llegar y desde allí vigila y cuida de los animales del lugar. Ahora, cuando el espíritu se enfurece, provoca tormentas, derrumbes y erupciones; mejor no enojar al Pillán, porque calmarlo, exige terribles sacrificios.
Cierto día, un grupo de jóvenes cazadores de la tribu del cacique Huanquimil dejó el valle de Mamuil Malal (en la zona de Junín de los Andes, Neuquén) en donde vivían, siguiendo las huellas de un huemul (ciervo andino), cuya carne les proporcionaba alimento y su piel, abrigo.
Estaban armados con arcos, flechas y cuchillos y los perros que los acompañaban, olfateaban el rastro del animal; este al verse acorralado abandonó el bosque y trepó hacia la cumbre, los cazadores se separaron, trepando por distintas sendas, para acorralar a la presa que huía cuesta arriba. Estaban casi en la cima de la montaña cuando, por fin, lograron alcanzar al cansado ciervo y darle muerte.
Agotados también, los cazadores se sentaron a descansar antes de iniciar el descenso y al mirar a su alrededor, no reconocieron el lugar, nunca habían subido tan alto. Una extraña sensación los empujó a regresar rápidamente a su ruca (vivienda tradicional mapuche) por lo que cargaron al huemul muerto e iniciaron el descenso.
Ya en su pueblo, antes que pudieran despellejar al animal, el volcán empezó a humear y, durante toda esa noche, la montaña tembló. En los días siguientes el humo cubrió el cielo ocultando los rayos del sol y el suelo caliente no dejó de temblar bajo los pies de la gente de Huanquimil. De nada sirvieron los ruegos y las ofrendas, nada detenía la ira del Pillán.
La machi (chamana, hechicera mapuche) se aisló en la cueva de una montaña para meditar y después de dos días volvió con la solución: solo una ofrenda calmaría al espíritu, Huilefún, la hija de Huanquimil que además, debía ser llevada hasta la cima del volcán por el joven más valiente de la tribu.
Quechuán, el guerrero elegido, tomó de la mano a Huilefún y juntos marcharon por el camino cuesta arriba hasta desaparecer entre las nubes de humo. Los jóvenes trepaban sin hablar y a medida que subían el calor aumentaba y el aire, cargado de cenizas, se volvía irrespirable. Al llegar al borde del cráter el joven abrazó a la princesa pero no pudo evitar que un inmenso cóndor se abalanzara sobre ellos y arrancara a Huilefún de sus brazos, con sus garras la levantó por el aire y voló hasta el centro del cráter humeante, en donde la dejó caer.
Sin nada que hacer Quechuán corrió cuesta abajo al tiempo que un frío invadió la montaña y comenzó a nevar. Dicen los mapuches más viejos, que les contaron sus antepasados que aquella fue la nevada más grande que recuerdan y duró tantos días que apagó para siempre el fuego del cráter.
Desde entonces el Lanín es un volcán apagado.
Fuente: endepa.madryn.com