San Guillermo, un parque extremo

El difícil acceso, el clima hostil y señal nula hacen del Parque Nacional sanjuanino, un lugar inhóspito, en donde vivir una de las mejores experiencias viajeras.

Por la mañana, después del aconsejado desayuno liviano, nos dirigimos a la sede de la Intendencia de Parques Nacionales a cumplir con las normas obligatorias: registro del ingreso y presentación del certificado médico que avala nuestra buena condición para viajar a la altura.

Dejamos Rodeo y la caravana de cuatro camionetas se dispone a recorrer los 130 kilómetros hasta el ingreso al parque en cuatro, cinco, siete o nueve horas; difícil saberlo. Ha llovido los días anteriores y el camino se vuelve complicado.

Después de Angualasto y Malimán, el paso de La Chigua sobre el río Blanco representa el primer obstáculo: las aguas del deshielo primaveral hacen que el caudal crezca y supere largamente la altura del vado. Paso de rutina para los lugareños, aventura épica para los visitantes que merece fotos, videos y drones.

El caudal crecido del río Blanco representa el primer obstáculo en el recorrido hacia el parque. (FOTO: MARIO RODRIGUEZ).

Luego aparecen caminos de cornisa, pendientes abruptas y quebradas. Dejamos atrás El Chinguillo, último caserío que ostenta verde a su alrededor, y pasamos por más accidentes geográficos hasta llegar a una planicie con vegetación baja en donde un cartel indica el comienzo del Parque Nacional San Guillermo.

Refugiados

Agua del Godo es un refugio de montaña y el centro operativo de Parques Nacionales. Todavía queda luz y energía para empezar el recorrido. Los Caserones, a 3.480 metros sobre el nivel del mar, tiene un circuito para caminar entre gigantescas formaciones rocosas moldeadas por el tiempo y pequeñas piletas esculpidas que aún contienen agua de lluvia. En una grieta, el chinchillón permanece inmutable ante la invasión. A medida que ascendemos entre las moles, el paisaje se amplia, y nuestros coloridos rompevientos y los lejanos grupos de vicuñas y guanacos se ven como pequeñas manchitas en el paisaje. Oscurece y la temperatura baja rápidamente pero el día no termina. “¡Puma, puma, puma!”, gritó Diego, señalando al animal mientras frenaba la chata. Como ocurre en estos casos, la cámara tiene el lente inapropiado y, hasta cambiarlo, el animal empezó a trepar una de las tantas montañas coloridas. Corrí todo lo que pude. Las piernas empezaron a pesar y el corazón, a acelerarse; y la agitación me recordó que estaba a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar. De todos modos, mientras recobraba el aliento, me sentía afortunado: no es común cruzarse con estos felinos.

Este inhóspito lugar, de difícil acceso, esconde un mundo de texturas y colores inimaginales. (FOTO: MARIO RODRIGUEZ).

Por la mañana llegamos al Punto Panorámico, un inmenso balcón desde donde es posible observar la gran variedad de texturas y colores que exhiben los cerros y picos nevados. Camino al refugio La Brea, al pasar por el sector conocido como “la Vega de Los Leones”, vemos a tres cóndores reunidos alrededor del cadáver de una vicuña; seguramente, los restos de la cena del puma.

Desde La Brea hacemos tres salidas más. La visita a las antiguas minas causa un particular impacto: se hace difícil imaginar la vida cotidiana en un clima tan extremo y parajes tan solitarios. Con la compañía permanente de vicuñas, guanacos y vientos, seguimos huellas que no se ven y, en todo momento, la exigencia de vehículos todo terreno para el ingreso al parque se justifica. Caminos complicados, arroyos todavía congelados y nieve no nos impiden acceder al último escalón: las lagunas de altura. Una, particularmente, está poblada de flamencos, patos y otras aves.

Con el tamaño de los vehículos se puede tomar la real dimensión de la inmensidad del lugar. (FOTO: MARIO RODRIGUEZ).

El clima extremo y la inmensidad del Parque Nacional San Guillermo lo hace parecer deshabitado. Así son los desiertos: te muestran espejismos, hacen nada por aquí, nada por allá pero de repente te regalan un rayo de vida en su forma más pura, cruenta o bella o todo eso al mismo tiempo.

Se recomienda vivir el desierto al menos una vez en la vida. San Guillermo es un buen lugar para empezar a amar esos lugares que parecen vacíos.

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