Escondido en Calamuchita, este pequeño paraje no está de paso hacía otro lugar. Hay que buscarlo y -créanme- vale la pena encontrarlo.
Hay dos rutas para llegar a este lugar desde la capital cordobesa, por Villa Yacanto, a 130 kilómetros de Córdoba (pasando Villa General Belgrano y Santa Rosa de Calamuchita) y 8 kilómetros más de tierra. Y la segunda opción, es entrar por Atos Pampa, a 100 kilómetros de Córdoba, (pasando Potrero de Garay y Los Reartes) y luego recorrer 15 kilómetros de ripio, que por su paisaje valen cada centímetro e incluye, a mitad de camino, el Puente Blanco, un lugar recomendado para bajar un cambio.
El desvío para ingresar a San Miguel de los Ríos está bien señalizado, desde Yacanto hay que doblar a la izquierda; desde Atos Pampa, a la derecha. Son 2 kilómetros de una bajada pronunciada, una especie de tobogán a “la desconexión” que termina en el vado sobre el río Tabaquillo.
Apagado el motor del vehículo, todo es silencio, hasta el cauce del río en este tramo es pausado y apenas se siente. Es el momento de pegar la vuelta o disfrutar a pleno.
Actividades
Si bien es el punto de partida de algunas de las excursiones al Cerro Champaquí, el más alto de Córdoba con 2.884 metros, en el pueblo se pueden hacer cabalgatas, paseos en bici, pesca de truchas (con devolución) y caminatas por los bosques de pinos o a conocer la unión de los ríos Tabaquillo y San Miguel que dan origen al Santa Rosa, además del imperdible trekking a las Tres Cascadas.
Las Tres cascadas con uno de los principales atractivos de San Miguel de los Ríos. (Foto: Mario Rodriguez) La camina hacia las Tres cascadas ofrece alguna dificultad pero no es para nada inaccesible. (Foto: Mario Rodriguez)
Tres cascadas
Para llegar hasta las tres cascadas, el principal atractivo natural de San Miguel de los Ríos, hay que hacer una caminata de media hora, río arriba. Se recomienda un buen calzado, las ojotas, en la mochila.
En el margen izquierdo del vado comienza el sendero que corre paralelo al Tabaquillo, oscuro en el primer tramo por la sombra de los árboles, luego se camina entre un alambrado y las zarzamoras hasta llegar a la zona en que “crecen” las piedras que dificultan el paso y le dan un toque aventurero al trekking, el piso se vuelve áspero y en algunas partes hay que hacer pequeñas trepadas para luego retomar el sendero que ahora es rocoso y desparejo. Un arroyo que se suma al río es otro lindo obtáculo, con las zapatillas al hombro se comprueba la temperatura del agua: helada.
El sonido lejano del agua al chocar entre las piedras y el paisaje que se abre y se hace llano obliga a acelerar el paso. Un poco más adelante, en el río, las grandes rocas encajonan el cauce y forman las cascadas que terminan con espuma y gran estruendo en un piletón natural.
Con los pinares en la orilla opuesta y las Sierras Grandes de fondo, solo hay que buscar la mejor ubicación en alguna piedra redondeada y pausar, inclinar la cabeza hacia un lado y mirar sin ver, después llegarán los mates, las selfies y los chapuzones fríos.