Palacios y jardines, príncipes y princesas, pero también rock, punk y arte rebelde. Todo en la misma ciudad, Londres, la gran capital a orillas del Támesis.
Por Graciela Cutuli
Londres se consagró como urbe global antes incluso de que existiera el concepto: a la cabeza del tentacular Imperio Británico, recibió durante siglos influencias, culturas, sabores y aromas llegados de los más alejados rincones del mundo. Y supo transformarlos en la riqueza de una capital que está siempre a la vanguardia. Esa mezcla de apego a las tradiciones, encarnadas especialmente en la monarquía, con la vanguardia que supo tener su apogeo en el Swinging London de los 60, conforma gran parte de su encanto.
Para el viajero lo tiene todo: gastronomía cosmopolita, museos que se cuentan entre los más importantes del mundo, palacios y monumentos. Por ahí andan aún la sombra de Shakespeare y de Dickens, de Sherlock Holmes y de Harry Potter: y la belleza se muestra por doquier y no solamente -como dice un viejo proverbio inglés- en los ojos de quien mira.
Londres patrimonial
El GPS del viajero indica que hay que empezar por el barrio de Westminster, en la orilla norte del Támesis: allí se encuentran el Palacio de Westminster (The Houses of Parliament) con su archifamoso Big Ben, la Catedral y la Abadía de Westminster, donde están las tumbas de los reyes y otras personalidades británicas, entre ellos los grandes poetas del Reino Unido. Todo el conjunto forma parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Y por si fuera poco aquí el Real Observatorio marca el meridiano de Greenwich, que indica la “hora de Greenwich” a partir de la cual se ordenan históricamente los restantes husos horarios del mundo.
Desde allí -tal vez el más auténtico corazón de Londres- se puede llegar fácilmente a pie a otros lugares emblemáticos: tomando por Parliament St. se desemboca en Trafalgar Square, con la famosa estatua del Almirante Nelson, y la National Gallery (a la vuelta está también la imperdible Portrait Gallery). De yapa se habrá estado a unos metros solamente de Downing St. y su prestigioso número 10, la dirección del primer ministro británico. Si se toma en cambio Victoria St. desde el Big Ben, se pasará frente a la Abadía de Westminster y, tras seguir en la misma dirección pero con un pequeño desvío al norte, se llegará frente al Palacio de Buckingham, con su célebre cambio de guardia.
A esta altura, aunque uno crea haber visto mucho recién empieza: y si bien los tiempos generalmente tiranos obligan a elegir, sí o sí hay que conocer la Torre de Londres (allí están los famosos cuervos, lo menos famosos beefeaters y las deslumbrantes joyas de la corona), el Museo Británico con su monumental colección de obras de arte y arquitectura “importadas” de medio mundo (desde momias egipcias hasta los disputados frisos del Partenón, además de la Piedra de Rosetta entre otras joyas de la humanidad); el London Bridge que atraviesa el Támesis; el London Eye, la rueda gigante con la que Londres recibió al año 2000; la Biblioteca Británica (con manuscritos desde Leonardo da Vinci a Jane Austen y los Beatles) y los teatros del West End. Entre un lugar y otro siempre se puede descansar en los magníficos parques y jardines, como Hyde Park o Kensington Gardens, donde brilla el más auténtico césped inglés.
Muy probablemente cada uno elija también su propio recorrido temático (o de shopping, en tentadoras avenidas como Oxford, Regent’s o Carnaby Street). En Londres hay visitas guiadas a pie -algunas con opción a la gorra, como es cada vez más frecuente en muchas ciudades- que recorren los lugares de interés según la perspectiva del rock, los Beatles, los grandes escritores, los crímenes de Jack el Destripador o Sherlock Holmes (el detective que además tiene su propio museo en la mítica dirección 221B Baker Street, casi enfrente del Museo de Cera de Mme. Tussaud, el paraíso de las selfies con celebridades de todo tipo). Si el viajero es fanático de Harry Potter, no dejará de ir a la estación de King’s Cross, para ver el andén 9 ¾ y el carrito incrustado en la pared que permite pasar al mundo mágico, y si es un amante de los Beatles no podrá dejar de rendir homenaje a los “fab four” en el “paso de cebra” de Abbey Road. Así es Londres: uno más de los “ombligos del mundo” y una fastuosa capital cultural en pleno siglo XXI.